sábado, 27 de julio de 2013

Envidia

Empuja la puerta de cristal, el hambre hace onomatopeyas en el estómago, el día está pesado y la semana apenas empieza, la mirada cruza toda la cafetería, ve a la edecán promocionando los jugos, un trasero de piedra que hace que los ojos salgan de sus órbitas, baja la mirada, acaricia su teléfono y lo compara con su observación, la pequeña máquina es la prueba de que ella es mejor, que aunque esté sola puede pagar mejores pantalones; puede que no la miren con deseo, con ganas de acostarla en cualquier lugar y acariciarle sus pechos, puede que sean menos las jugadas de manos bajo sus sábanas, pero aún así, ella desea ese trasero y cambiaría los años de estudio por una de esas nalgas.

La mochila al hombro, el humo de las camionetas irritan la garganta, un traste con vestigios del almuerzo de ayer preparado para las vueltas del microondas en la tienda de los chinos; el rojo del semáforo lo hace detenerse, sus tenis de paca son nuevos para él, atrás del cristal semi polarizado un barbudo, sus mejillas rosadas sudando grasa, él sabe que podría tocar la ventana y automáticamente apropiarse de su celular y su billetera pero no lo hace, piensa en su hijo y el que viene en camino, la luz da verde y las ganas de ir en ese carro se pierden con los ruidos del escape de la 203.

La bici nueva, acumulando polvo, sabe que no puede acercarse porque el asma es mortal, el sol calienta el escritorio y las tareas se acumulan con los días, su papá no regresa desde hace tres años, él sabe que no volverá, unas siluetas se mueven en la calle, un niño igual que él llora y señala el raspón que le quema la rodilla, el papá con aires de mecánico se acerca y le sopla la rodilla, una lágrima corre por la mejilla, es domingo y su mamá duerme porque metió muchos hombres malos a la cárcel, empuña el lapicero y continúa con las planas; — Mi mamá me mima —

Huele la basura, ronda por las calles atento a los faroles que pueden terminar su existencia, ladra a un gato que se mueve por las sombras, empieza a rascar el suelo, a cavar por una razón que nadie puede comprender, se estira, bosteza, alcanza a ver por la ventana unas caricias a un perro hogareño, llora, ruega por entrar, alguien saca un plato de comida, una limosna lastimera para que se calla, ve las caricias de nuevo, vuelve a rascar la puerta, otra persona sale y le avienta un guacalaso de agua, acepta su derrota e ingiere la limosna. 


Hasta luego fantasmas, demonios y demás

La despedida siempre es un inicio de algo más, un acto lleno caricias nostálgicas y abrazos desamorados, estremecedores, que te hacen temblar la piel y te soban los cabellos. 

Le digo adiós a mis fantasmas, a ese morbo que rasca y estira la línea de la moral pero, no es un adiós eterno, solamente los guardo en un baúl porque sé que los volveré a utilizar, tarde o temprano volverán a gruñir, a indignarme de la realidad, a traspasar la imaginación y darme un puñetazo que me haga sangrar. 

Veo las montañas color concreto que se elevan alrededor de mi casa, grandes cúmulos de tierra invadidos por los desplazados y los marginados de la sociedad, esos seres que se guardan del frío y la violencia deambulante, pisadora de talones ásperos llenos de trabajo y cansancios que develan un pequeño tono rojizo que te dicen que al igual que todos son víctima de su contexto en diferentes temporalidades. 

Todos somos víctima de nuestros contextos, todos somos hijos de las diferentes violencias, de las diferentes tonalidades de indiferencia y rechazo, esos demonios que ya estaban antes de que naciéramos y existirán después de que muramos, que nos transformemos en recuerdos y epitafios; están los que beben y fuman después del partido, los que salen por el pan para cenar, los que filosofan del trabajo y del domingo, todos conectados por una misma clase social, sin saberlo todos cavan tumbas contiguas, arrullados por la música de la iglesia improvisada en lo alto del asentamiento, todos llenos de ira y de temor.

Allí están mis fantasmas, amigos que me narran silenciosamente sus relatos, tristes y ebrios, payasos dolidos porque no pueden anhelar más, no les está permitido soñar porque eso es para los que pueden, para los que se atreven a ir más allá del campo y de las montañas, y yo me embriago con ellos, comparto sus tristezas y sus penas, me encadeno a sus golpes y al polvo que tragan cada vez que se caen y les da terror levantarse; conozco al que dio su último hálito en frente de mi casa sin nomenclatura, al soldado en su puesto de atalaya, al que dejo su vida en una aldea por un mejor porvenir, a la que se vende por comida para sus hijos, al mensajero, al panadero, a los que trabajan en McDonalds, a los hijos del asalta furgones y no padecen los percances del lugar donde viven, donde truenan los disparos que asesinan al sueño y dan vida al temor, los conozco a todos y ellos me conocen, saben mi sonrisa y yo no conozca la de ellos, pasan frente a mi y se convierten en fantasmas instantáneos que dejan de existir tras sus pasos apurados; nadie aquí sabe vivir lentamente, todos corren, corren al trabajo, a la escuela, a la cacha o de la cacha, todos corren para llegar a ningún lugar, todos a paso ligero tratan de olvidar aunque sea por unas cuantas horas que son parte de mi, son mi cómala y por más que trate de dejar cómala, cómala nunca me dejará a mi. 

Hasta pronto amigos, fantasmas, demonios y demás, suyas son mis historias y mis cuentos, narrativas que me muerden incisivamente, que reptan por el suelo que ha probado sangre mezclada con lágrimas, suyo es el mundo invisible, el mundo de los ciegos y los mudos que son ignorados mientras cada quién sufre su realidad. 

La carne me tiembla, me acarician el pelo, me susurran al oído que vaya con Dios y que mañana nos volveremos a ver. 

martes, 23 de julio de 2013

Familia incompleta

Cada familia con sus diferentes tonalidades, sus altercados y sus felicidades, cada una inmersa en un mundo diferente protegido por una burbuja de cristal que protege a sus integrantes de una vehemente realidad.

Este es el caso de la familia Toledo, sus miembros, personas meramente funcionales a los ojos de la sociedad pero todos con una singularidad que retrae el morbo de los rincones más oscuros que guarda la moral, a cada uno de los miembros le falta una extremidad. 

Joaquín, una persona de mediana edad que labora de asistente gerencial perdió el brazo derecho en un atroz accidente automovilístico a la edad de veinte años, lo cual no fue del todo horrible puesto que así conoció a Lara, una enfermera que hacía sus prácticas hospitalarias en el San Juan de Dios, ese lugar donde la realidad traspasa la imaginación y la indignación se hace presente en cada rincón; empezaron un amorío que pronto dejó de ser fugaz, lleno de caricias y sexo que compensaban la carencia de plenitud en términos físicos de Joaquín, enajenados y dejándose llevar por los sentimientos más que los impulsos, se casaron, una boda sencilla con marimba y tamales mal amarrados, llenos de miradas hipócritas y comentarios penetrantes, haciendo agujeros en el ego de la feliz pareja. 

Manejaban a su casa, cansados, con los párpados llenos de cotidianidad y la boca escupiendo historias de la monotonía; unas luces altas, un giro de volante, un rechinar estrépito de caucho y asfalto, un golpe bien asestado y seguido de bramas horripilantes, de llantos sonoros que casi podían crear melodía. Afortunadamente para la pareja, los quejidos no eran humanos, habían arrollado un pequeño can con la pata destrozada por la llanta del carro, una vez más los recuerdos recalcitrantes del accidente llegaban a Joaquín, otra vez la sangre acompañada de lluvia cubría su camisa, otra vez los gritos de negación invariablemente emanaban de su boca. Levantaron al perro y lo llevaron al veterinario más barato que encontraron, él les dijo que lo mejor que podía hacer era cercenarle la pata y dejarlo cojo, invalidado, impotente para la vida de perro que el destino le dio; la pareja se echó a llorar de manera hermosa, hicieron prosa de las lágrimas y convirtieron los sollozos en canción que cómodamente se concatenaban con los quejidos del pobre animal. — Adelante — dijo Lara. 

Fue así como la familia se formó, adoptando el accidente y tratando así de archivar la pesadilla en la carne húmeda y viscosa del cerebro; Joaquín y Rigo, como graciosamente llamaron al perro se conectaron instantáneamente, ambos sumidos por la impotencia de la falta, de la carencia, de los que una vez existió pero ahora solo es recuerdo intransmutable, ambos aprendieron a vivir con su defecto, ambos acompañándose y contando confidencias que solo los que están en su situación pueden comprender. 

No todo es felicidad dice la vida, no todo sale como lo deseas dice el destino, nada de esto es mi culpa y allá tú si así lo quieres reniega Dios; Lara no podía comprender el nexo emocional que se había creado entre Rigo y Joaquín, sentía celos, deseos que crepitaban y reptaban por el suelo hasta la imaginación, llenando el vacío de accidentes que mortalmente acabarán con esa pareja inseparable; — ¡Tú quieres más al perro que a mi! — gritaba Lara mientras se ahogaba en whisky, las explicaciones no le bastaban, el odio la ensordecía ante las súplicas de su esposo, Rigo observaba desde su punto de atalaya en el ropero, podía sentir el desdén proveniente del alcohol y el rechazo que lo destripada, lo mordía y le hacía doler el lugar donde antes estaba su patita, lloraba en silencio, sin lágrimas, sólo con lengüetazos traducidos en un ruego de querer. Tomó un cuchillo de carnicero y con un último trago de licor se cortó la mano, la sangre emanaba y cubría la mesa de gelatina, los gritos reventaban las paredes, rajaban la burbuja de cristal; el llanto, la sal, la sirena que ululaba en la distancia, trayendo esperanza de salvar la mano que incomprensiblemente se encontraba lejos del brazo. No se pudo salvar. 

Ahora ves a la familia caminar por los parques, deambulan con una sonrisa que desprende felicidad, por dónde quiera que pasan tiran una pequeña ráfaga de luz y de confusión. Ahora todos hablan ese lenguaje que únicamente los que son como ellos entienden, las confidencias son tripartitas y Rigo el perro ya no llora de tristeza. 


jueves, 11 de julio de 2013

Boxeo futbolístico

Se acomoda las medias, puede sentir el sol calcinánte que le burbujean la cerveza en la sangre; suena el silbato, él está listo para jugar y dejar todo en el campo. 

La pelota cobra forma de honor en el campo, avanza hasta la última línea y el esférico lleva una trayectoria hiperbólica que ni el mismísimo Taffarel habría atajado en sus mejores años. La pelota toca la red majestuosamente, rodando, tratando de escapar más allá de la portería y las patadas de los jugadores. - ni con mil patadas hubiera podido pararlo - dice para apaciguar la mirada penetrante y llena de decepción del capitán. 

Se toca las espinilleras de cartón, avanza en una carrera que tiene como destinó atrofiar la rótula del que conduce la pelota. Suena el silbato de nuevo y la pequeña cuartilla roja dispara su expulsión del campo, vuelve a estrepitar el silbato pero él no lo escucha puesto que está ocupado escupiendo insultos al que yace quejumbroso en el suelo, le dice que se levante, una patada en los riñones aceleran los ánimos y convierten los vítores en insultos. El ring está listo, el primer jab abanica el aire y apenas roza su nariz, extiende la mano empuñada que choca con el pómulo del socorrista improvisado, el árbitro se convierte en referí y la multitud se abalanza hacia el campo, escucha las piedras zumbar y sabe que es momento de retirarse pero el honor y los huevos nuevamente se presentan y acalambran las piernas para que no se mueva y noquee al próximo que se deje venir. Uno, dos, tres golpes asestados correctamente llevan al segundo retador al suelo de polvo, tierra y piedras que componen el campo de fútbol, esquiva una patada semi voladora, una sonrisa se llega a esbozar y suelta un gancho perfecto, el último de los retadores cae y no va a regresar por más. Él es el campeón, nadie más se acerca a retarlo, los de su equipo le dicen que es hora de retirarse pero él solo sabe que quiere más, que la sangre que escurre y se mezcla con la tierra no es suficiente para contraponérse con la humillación de gol, llega uno de los “pirros” a calmar los humos, se levanta la camisa descubriendo la cacha de una nueve milímetros que le dicen que ya no va a haber más pelea. 

Sin trofeo, sin gol, él es el campeón indiscutible de este evento pugifutbolístico, tres disparos al aire que seguro matarán a algún inocente son su celebración. Llega a la casa, la sangre ajena en la camisa preocupan a la madre, pero él sabe que en los nudillos inflamados lleva el trofeo de su nueva vocación. 

martes, 9 de julio de 2013

Cartas en código

«Que con pinzas machacaron, partes nobles de su cuerpo»

— El avión de la muerte —

Los Tigres del Norte


La puerta se cierra, puedo sentir el aroma a caucho, lodo y sangre que emana de la bota sobre mi rostro, tengo los ojos vendados y mis sollozos crean la onomatopeya de la incertidumbre, no sé a dónde me llevan, pero si de algo estoy segura, es que me levantaron para aparecerme en los periódicos y desaparecerme del mundo de los vivos. Me secuestraron y siendo un seudónimo, dejo la esperanza en la esquina donde fui vista por última vez. 

Querido mío: 

Te escribo esta carta sin esperar respuesta, te la doy con la fe de que las palabras de la justicia lleguen más allá de la represión; no puedo escribir mucho, le di la carta a un cuque que logré convencer, no me preguntes cómo, pero me aseguró que llegaría a tus manos. Te quiero y anhelo estar juntos, que nuestros cuerpos describan historias que sólo la cama se atreve a callar, siento tus manos acariciando mis cicatrices, cauterizando las quemaduras en donde tus labios saludaron con besos lo que ya no está.

La lucha sigue y desde aquí puedo dirigirte hacia los puntos que guardan nuestros fierros, lee con atención. El código es:

La estación del noviembre es Verano, caluroso, caliente como la arena de la playa, el sol quema los troncos en la orilla y se oxidan como el metal con las olas que dan al oeste. Te quiero. 

Querida mía: 

Recibí tu carta. No quiero imaginarme las inhumanidades que te han hecho, perdóname por no quedarme pero tu sabes que la resistencia me necesita, seguimos alimentando las mítines con tus discursos tan efusivos y enternecedores. 

Perdóname pero tengo que preguntar: nos dirigimos al lugar del código pero no encontramos los utensilios para la comida, nos sentamos a la orilla del mar pero no pudimos comer; el sol sopló en dirección al este, pero sin comida el picnic no se pudo dar. 

Te quiero. 

Querido mío: 

Lamento lo del picnic, tenía tantas ganas de que comieras la ensalada con el condimento color verde olivo de las montañas

¿Tu te acuerdas aquella excursión a la sierra con mi madre? Pudimos ver los camiones pasar por la carretera, era como una explosión de dinamita y sentimientos. 

Trataré de seguir escribiendo, pero las fuerzas ya no me dan. Me levanto en un cuarto blanco, con las heridas curadas pero creo que es porque me necesitan, de lo contrario me dejarían morir como acostumbran. Estos no tienen alma; si te contara las pinzas, los toques eléctricos, las mutilaciones. No sé cómo podrás amarme de nuevo, si lo que quedan son vestigios de lo que yo era, de la risa que conocías, de las miradas y los abrazos espontáneos. Todos esos matices de colores explicados por la piel, por los besos y las caricias; dejo aquí la carta.

Te quiero. 

Querida mía: 

Perdón por tardarme tanto en escribir esta carta; cuando la recibas probablemente ya habré sanado de mi operación quirúrgica; recuerdas que tenía un tumor, justo en el centro mi cuerpo, justo donde a los achaques les gusta guardarse, y repiquetear constitucionalmente.

Ya pudimos comer y todos aquí esperan que regreses; esperamos por tu siguiente carta y sabemos que no nos fallarás. 

Te quiero.

Querido mío: 

Cada letra que ves aquí plasmada lleva los últimos hálitos de vida que me quedan, el cuerpo puede aguantar incansablemente, es increíble lo que una puede soportar cuando ya se ha auto declarado muerta. 

Con lágrimas escribo lo que sé que será lo último que leas y quiero que tus ojos estén bien abiertos para que entiendas lo que te quiero decir:

Te moriste una tarde de enero, te lo digo solo porque no sé si lo sentiste, tu cabeza dio un sacudón cuando la bala atravesó tu cráneo y pude ver los recuerdos hermosos salir en forma de viseras y sangre, me dolió verte caer al suelo con los ojos blancos pero todavía llenos de angustia. Tu me enseñaste de política, de derechos, de un progreso paulatino que estaba en nuestras manos, pero ahora, tu te encuentras en un mundo donde lo único que habla es el silencio, donde las lágrimas arrullan al desconsolado que piensa lo que dejó en su cuerpo, tu te encuentras allá donde las flores hacen memoria de tu sonrisa y tu voz; tu ya no existes.

Me extraña que me contestes las cartas, yo sé que tu no me escribirías desde el más allá porque sabes que me gustan las sorpresas, ojalá que cuando te encuentre (si es que te encuentro) ya no estén las cicatrices para que me acaricies como solías hacer. 

Tú, quién quiera que seas, me alegra haberte entretenido; sé por boca de los moribundos que traen a torturar que mis cartas han saboteado al menos dos operaciones, y espero que por eso, te corten los huevos y te cuelguen de los pulgares. 

A él lo quiero, y a ti te odio. 

Posdata: la soledad y el recuerdo son la peor tortura, a ver si aprendes eso antes de morir. 

La puerta se abre hacia una gran habitación con cadenas, un disparo ensordecedor acaban con los gritos de dolor. En el suelo yacen dos cuerpos, mezclando la sangre que escurre la vida por las grietas polvorientas; un cuerpo es insurgente y el otro contra insurgente, ambos llevan papel y pluma en los bolsillos. 

viernes, 5 de julio de 2013

Sentimientos encontrados

Transitan por el pecho y la cabeza, caminan de traje y corbata, zapatos lustrados y camisas bien planchadas, pero también las hay en polaridades, de tenis y jeans, playeras graciosas y sonrisas espontáneas, escondiendo mundos detrás de las miradas frugales y austeras. 

Las del corazón hace un esfuerzo por peregrinar a la cabeza y discutir la mejor solución para manejar a Depresión y a Soledad. Los ojos se contactan en el aire, mensajes codificados en la mirada que la boca se encarga de traducir; se tocan, se besan, hacen el amor y se someten a los interminables y rocosos caminos del cuerpo, ásperos y callosos, áridos y con necesidad de un día más sin incertidumbre. 

Conversan y la tertulia se torna salvaje y en colores apagados puesto que los demonios que también son sentimientos son liberados de sus celdas en el psique. Aparece el Deseo de la mano del Suicido, abogan sus argumentos ante el juez llamado Razón, el Consuelo abraza a Vida y le limpia las lágrimas con suspiros llenos de Zozobra.

Saben que es de noche porque los emisarios externos se lo han dicho, se preparan para el entumecimiento que invita a Melancolía, pareja de Recuerdo. Todos hablan, todos compiten por saber quién será el ganador de esa noche, muchos se irritan ya que Tristeza ha sido la ganadora de las últimas semanas, los últimos meses, y probablemente también gane esa noche. 

Un sentimiento se aparece con trompetas y tambores, una vieja conocida que no veían desde la infancia, la Felicidad. El entumecimiento llega pero hay algo diferente bajo ese cielo que podría ser el mismo, una algarabía que se apodera de casi todos en el cuerpo, Tristeza, Suicidio, Melancolía y Recuerdo no tienen más remedio que dar por terminada la noche cuando Alegría y Risa se unen al fiestón. Resaca empieza a limpiar las noches y patear los sentimientos regados con aliento a alcohol; Orgasmo se levanta y dice que volverá muy pronto, Felicidad y Efervescencia lo ven sonrientes; todos se aglomeran en un cuarto nuevo en el corazón, las sonrisas y las lágrimas son cordiales amigas ante lo bello del sentimiento que acaba de nacer, todos preguntan por el nombre y Razón les dice que ya no podrá mandar, que ha nacido el Mesías y su nombre es Amor.