Lady Gaga.
El sopor vine antes del aturdimiento, el aturdimiento viene antes de la euforia, la euforia viene antes del... ¡SNIIFFFF! Ella lo ve, lo presiente cuando acerca la mirada aletargada, cuando posa el vidrio de sus ojos sobre ella, cuando el reflejo diminuto de su ser se desvanece en sangre que se inyecta en la mirada.
La luz amarillenta, el ardor de ojos, la tembladera de los músculos, ella sabe que tiene que levantarse, sabe que tiene que empezar el día, la rutina, la monotonía de los buenos días nunca dados, él pasa levantando los pies suavemente para no hacer ruido, para no despertar a los nenes que duermen detrás de la cortina, ¡CLICK! Se apaga una luz, se enciende otra, ella camina hacia la estufa, los sartenes escandalizan el desayuno, truenan las cascaras de huevos que rozan con la mantequilla, siente la humedad, huele la humedad que la atraviesa fantasmalmente mientras prepara la comida, — Buenos días mama — todos listos, todos bañados, todos comidos, todos, todos, todos, nadie. Enciende la radio, se sirve su comida, enciende la televisión, no ve nada, no escucha nada.
El llanto de los niños hace eco en las paredes, las piernas aguadas, el estómago paralizado, el vómito nervioso que repta por la garganta; lo ve acercarse, ve la imagen detenerse lentamente, la mano acercarse lentamente, el llanto escurrir lentamente de sus ojos, como si ella fuera ajena a la situación, como si estuviera afuera de su cuerpo y pudiera ver el latigazo que le estalla en la frente; flashback, se levanta, flashback, corre hacia la cocina, flashback, levanta un cuchillo inútilmente para defenderse de la patada, de la violencia agitada, de la ira contenida en el golpe, flashback, llora en un rincón abrazada de sus hijos. Aturdida, temblorosa, con el miedo que le escurre de las piernas que no dejan de temblar, con las manos que no se detienen mientras juegan a un vaivén extraño. — Policía, vengan a llevarse a este comemierda —
¡CHIQUI, CHIQUI, CHIQUI! !RRRRRRRRRR! Dos cortes de pelo y las manos sudorosas, veinte quetzales que se guarda en el bolsillo para ajustar la cena, unos buenas tardes mama que pasan indolentes sobre su mejilla, otra vez los sartenes que truenan en la estufa, otra vez la comida que chisporrotea en los sartenes, otra vez. Los ve sentarse en la mesa, sostenerse la cabeza para que las ideas no se escapen, los cuadernos con apuntes sucios, desordenados, desaliñados después de que los vio tan pulcros antes de salir; suenan las llaves que giran, la puerta que rechina, la panza que entra primero, la camisa con manchas de sudor, el beso con labios de sudor, la nalgada seca, distante, unísona al silencio de la tarde, lo ve sentarse, inútil, desdentado, flácido, le sirve la comida y enciende la televisión. Deja caer el cansancio en una silla, deja caer la noche en una plática que no existe, él se levanta, se lava y se acuesta, ella enciende la televisión, enciende el radio, enciende la penumbra que cubre la vaguedad de una familia llena de extraños, ella no ve nada, no escucha nada.
La explosión del flash que enceguece la mirada, la explicación estúpida que se desliza por la máquina detrás del mostrador, los dedos que teclean impertinentes la intimidad incómoda, incómoda ella, impertinente ella que pregunta esas cosas; le duele la tristeza del golpe, la soledad de la cama vacía, le duele el extrañar al hijueputa que no ha comido bien, — Sí, no, no me tocó allí, sólo en la cara, mire. ¡Mire cómo me dejó ese cerote. —
Las noticias que no suenan, los muertos que se conocen por cantidad y no por nombre, el ronquido sordo que resuena en sus oídos. El reflejo de la tele en sus lentes, los párpados que pesan, el brazo que presiona su panza, ve el panorama oscurecerse, el deseo de sentir la piel desvanecerse, ve la imagen muda de la presentadora empequeñerce, cada vez más diminuta, cada vez más lejana, cada vez, cada vez, THE TV WILL TURN OFF IN 30 SECONDS. Muere lentamente,
cae en un precipicio, impacta con el fondo de una piscina, no puede respirar, no puede gritar, no puede moverse para ningún lado. Duerme.
Folio No. 1236451. Violencia intrafamiliar, golpe en la mejilla, golpe en el labio, golpe en las teclas de la máquina de escribir, ¡TLACA, TLACA, TLACA! Las palabras resbalan de su cuerpo, la cara de él dirigida al suelo, a la hipocresía, al desencanto que cubre la sala, a la jueza gorda, — ¿Por qué está gorda la jueza? ¿Será que el marido le hace de comer? — ¡Culpable! Culpable de haberse enamorado, culpable de haber ido a esa fiesta, culpable de concer a las primas del culpable que culpablemente le presentaron la renuncia, la ensoñacion de una panza, de uno, dos, tres hijos, culpable de querer tener una familia, culpable de no estudiar, culpable de pegarle al niño con una paleta por perder un libro, culpable de querer ser mamá, culpable de no darle al marido lo que quiere, culpable, culpable, culpable ¡CUL PA BLE!
Lo ve alejarse con el abogado, cargando las penas, dejando caer los recuerdos por el pasillo, dejando atrás las tardes de domingo, las noches de juegos de mesa. Siente la despedida inundarle el cuerpo, llenarle los zapatos, las lágrimas que salen estrpitosamente mientras sus hijos agitan las manos, violentan la mirada, matan el amor de madre, desmenuzan el cariño y lo reparten en las imágenes que quedan para siempre, para nunca.
El sopor vine antes del aturdimiento, el aturdimiento viene antes de la euforia, la euforia viene antes del desplome del cuerpo que cae sobre el azulejo blanco, mientras ella imagina qué podría pasar si fuera otro calvario, si él se acercara y le reventara la rutina de un centelleaso, si después del golpe ella agarrará su vida a tuto y se la llevara para siempre, si no fuera la monotonía la que la aplasta, la que la devora insaciablemente, la vomita y la vuelve a tragar. Un ronquido, le quita los zapatos, enciende la televisión, enciende el radio, no ve nada, no escucha nada. Duerme.