jueves, 8 de mayo de 2014

La cacería

«Esto es pa dejar claro entre tu y yo 
que pa mi solo eres un mal necesario»

— Cartel de Santa — 


— Ya está la vuelta arreglada, mortero y todo, los esperamos en la esquina. 

— Hoy sí, esos majes sé la van a comer. 

¿Has sentido como la nada te golpea la espalda? Te atraviesa sin detenerse, te deja vacío, sin respirar, con la mirada seca, el pecho acelerado, frío, paralizado y la mano lista en la pistola. 

El frío empieza a descender a pesar de ser una de esas noches de verano, después de un día en que la playera se te pega a la espalda y no apestas pero sudas incontenible, preocupado porque tu aspecto desentone y aleje las miradas de los tenis nuevos, blancos, relucientes; la luz amarillenta de la calle brilla en los contornos de los carros, en el plástico mudo del teléfono monedero. Una bocina lejana, el auilludo de un animal irreconocible, el correr del agua en un río de mierda que sucede junto a tu casa. 

— ¿Cuál es el pedo?
— Los majes andan paniqueando a la mara de aquí abajo, dicen que extorsionan a los tuktuqueros.
— ¿Y quién encargó el bisne?
— Prado compa, y a ese maje no hay que negarle el paro. 

Se escucha el escape de una moto acercándose, se levantan las capuchas y a cubren las caras con unas pañoletas sucias; agazapados en la oscuridad intercambian miradas, reconocen la jerarquía y el que acaba de iniciar en el negocio se tiene que asomar, él es la expiación hecha persona, la culpabilidad de no tener un conocimiento para hacer algo más que esto, fricciona el metal y quita el seguro, dos, tres, cuatro pasos, la mano le tiembla, le tiemblan las piernas, un crujido, ¡CLACK! Nada, no hay nadie más que un perro vagabundo. Vuelve sobre sus pasos con la mirada en sus hombros, vuelve a recostar su cuerpo en el poste que tintinea, se relajan un momento, dejan que el silencio se apodere de la calle y que la mirada se pierda en la soledad del asfalto. 

— Me cago del frío, ¿Por qué le dijiste que sí a ese maje? Él no hace paros.
— Así es la vuelta compa. Nos necesita. Sin nosotros no puede decir que hace algo. Si no estamos cualquier cerote quiere venir a gobernar y así no es la casaca. 
— ¿Entonces por qué no hacemos nosotros los tiros?
— ¿Vos tenés carro? ¿Tenés conectes en el MP? Poco a poco compa. Poco a poco llega el billete. 

Reconocen la imposibilidad de las circunstancias, a pesar del coraje, del valor, de los huevos, a pesar de que son ellos los que se comen balas y pagan con sangre el desarraigo. Observan un color morado asentarse en las calles, luces simultáneas que han visto desde dentro y fuera de la patrulla, los policías saludan a las tres sombras dibujadas en los postes, frente al callejón que facilite la escapada en caso de necesitarla, no dicen nada y los policías pasan como ver llover, pasan el cigarro de marihuana y continúan la vigilia. 

Atormentados por el ocio empiezan a forcejear la ventana de un carro cuyo dueño no conocen, violentan la ventana del copiloto, tratan de mutilar el frío con los sillones que se ven lejanos tras la ventana que no se atreven a quebrar. Otro escape de moto levanta el eco, ahora son los tres que preparan las armas, una glock que dejó un hermano después de recibir quince tiros en el pecho, una pistola israelí y una argentina que se traba de vez en cuando. Salen separados, una estrategia de guerra urbana, el menor lanza una piedra que se estrella en el teléfono y hace retumbar el nerviosismo, la carne aguada de las piernas, ven la luz detenerse a pocos metros, — ¡Hijos de puta, hoy si se van a morir culeros — 
— Ya están fichados culeros, diez en la güica les voy a dejar ir — 
— ¡Avientense pues! Ya estuvieran — nadie ha sacado las manos de los bolsillos, una maraña de dedos, escozor, parálisis aqueja los cuerposdesfiantes de la noche. La motocicleta da media vuelta y suelta insultos inentendibles. Ellos ven como la luz roja de la moto se desvanece en la carretera, uno a uno regresan a su escondite entre las sombras. 

«Lo que pasa es que no podemos huequear» dice el líder mientras los otros dos escuchan el relato, asienten cuando escuchan cómo a las dos de la mañana fueron a sacar a un doctor metido en la política, le arrancaron las uñas, las manos, y luego, después de alimentar a un perro bravo con sus genitales, le dispararon en la cabeza; todo porque llevó a su esposa de emergencia al hospital y el doctor le dijo que todos tenían emergencias y que tenía que esperar. La mujer estaba embarazada y perdió al bebé, el primero de muchos hijos que soñaba tener. «Por eso no podemos huequear, ese maje no le amaga.»

La noche casi termina y casi dan por ganada esta batalla, unos minutos más y podrán acostarse a escuchar la música que los lleve a otro entumecimiento, más allá de las cortinas y la cocina sucia, más allá del abuso que reciben en su casa. Unas luces enceguecedoras recorren los cuerpos de la calle, una última alistada, un último movimiento de permutación de bala, valerosos, inmutables, se acercan al Hilux doble cabina que se acaba de parar frente a ellos, sienten el olor a diésel mientras escuchan la ventana deslizarse, deformando su reflejo en el polarizado. 

— ¿Qué onda Prado? 
— Allí compa, echando la vuelta, 
— Los majes bajaron pero se les espantó la mierda. 
— ¿Dijeron algo esos majes?

La nada vuelve a estrellarse en la espalda de los tres mientras observan a dos individuos bajarse armados del pick up, presienten el peligro de haber molestado a quién no debían. 

— ¿Qué pasó Prado?
— Lo siento compa, usted sabe cómo son los bisnes, nada personal. 

Tres disparos en tres cabezas cortan la tranquilidad de la noche, despiertan el miedo y las voces de nerviosismo dentro de las casas que rodean la montaña. Tres cuerpos tirados en el asfalto escurriendo hilos de sangre que hacen una posa inverosímil en medio de la calle vacía. 

A la mañana siguiente en MP ya recoge las evidencias para luego archivarlas en caso ligado a extorsión que eventualmente se cerrará por falta de evidencia. Los murmullos de la gente se condensan en los mismos discursos que ya todos sabemos. «Ellos eran los que estaban asaltando.» «No podían durar si se metían con la gente aquí abajo.» «Dicen que ellos fueron los que asaltaron a los de la tienda.» Dicen, dicen, dicen, narran, se visten, se mueven indiferentes ante los rumores tendidos alrededor de los cuerpos. La cacería terminó.