martes, 8 de julio de 2014

Reciclaje

En algún momento de la historia la necesidad de vigilar y castigar al cuerpo se exacerbó de manera incontrolable; la evolución de la juventud ante la inminente decadencia de la construcción social ponía en alerta a los ejércitos de jóvenes necesitados de aprobación.

Empezó como empiezan todas las guerras, definiendo enemigos que no existen por el simple hecho de tener a quién juzgar. Después de celebrarse la asamblea nacional de jóvenes preocupados por el ambiente y la salud, hecho que ocurrió en las afueras de la municipalidad puesto que era el lugar más limpio de la capital, la ciudad de los barrancos del futuro, determinaron que era necesesario acabar con la contaminación ya que proporcionaba una imagen de suciedad, desarraigo y podredumbre, y ninguno de los jóvenes allí presentes era nada de esas cosas. Impusieron multas exorbitantes, estrambóticas sumas de dinero a todo aquel que se le descubriera arrojando basura clandestinamente, claro está que este tipo de medidas nunca funciona en sociedades en las que la precariedad cuelga de las ropas, donde la violencia devora intempestivamente a los individuos y colectivos. Furiosos los jóvenes preocupados por el nacionalismo, emitieron una nueva ley en la cual a los inscrupulosos que no pagaran la cuota mensual de recolección de basura serían arrojados a la cárcel, en los mismos sectores donde albergan asesinos, violadores, secuestradores, etcétera, era menester tener su carnet electrónico de ciudadano modelo al día; los trámites se podían cumplir los días quince de manera electrónica o bien en los bancos de la cuidad. Los ciudadanos estaban furiosos, ya no era solo colegio, solo comida, solo transporte, ahora encima de todo tenían que pagar la extorsión de los basureros. Fue una época excelente para los tramitadores o bien, para las mafias falsificadoras de documentos que por un no tan módico precio podían convertir a cualquiera, en ciudadano modelo por el siguiente medio año, sin mencionar a los dueños de las empresas recolectoras que resurgieron como una de las mejores empresas de la iniciativa privada, galardonados en el extranjero con premios como: “One of the bests places to work” y “The most outstanding company of the millennium”. 

Como era de esperarse la oposición no tardó en surgir, las nuevas leyes impositivas trajeron una ola de estafas, protestas, buses incendiados; fenómenos como privatización de las empresas de desechos orgánicos e inorgánicos como ahora se hacían llamar los recolectores, asesinatos de dirigentes sindicales, un sinnúmero de ingresados a las prisiones, en fin, nada a lo cual los ciudadanos no estaban acostumbrados en diferentes etapas de su evolución social. 

Al final las leyes en países como estos no transgreden las líneas imaginarias de moralidad que están tan distorsionadas como cualquier otra; muchos (si no es que todos los ciudadanos) regresaron a sus propias maneras de manejo de basura, es decir, tirándola donde se les daba la gana. 

Las asociaciones juveniles se tornaron en energúmenos, la mayoría de los militantes abandonaron sus quehaceres de centinelas nocturnos, en parte porque no veían el progreso y la justicia social a través de la basura y en otra parte, la de mayor significado, porque habían encontrado otra causa a la cual apoyar, esa de que no se permite el ingreso a los centros comerciales si no va a consumir nada. El manejo de desechos se pudría en cada iniciativa de ley que ingresaba al congreso, cada una más estúpida que la anterior, pero había una gran parte de jóvenes que no daba por pérdida la lucha. Con discursos tales como «¿van a dejar que sus hijos vivan en champas hechas de basura» o «el mundo a acaba y es culpa nuestra por dejar que la basura se convierta en apocalipsis», trataron de reivindicar la lucha, pero todo fue en vano.

Fue hasta que una brillante idea que surgió de una de las mentes más eminentes de los proyectos auto sostenibles se dio a conocer. Este proyecto que fue discutido con la mayor discreción ante los poderes económicos que veían su inversión basurera desvancerse en los vapores del medio día; el proyecto constaba de reciclar a aquellos que no seguían las normativas basurescas. Se reincorporaron los antiguos broncos que a sorpresa de todos, no habían desaparecido tras la guerra. Poco a poco fueron desapareciendo, convirtiéndose en recuerdo inmaculado aquellos individuos que arrojaban basura y ensuciaban las calles de la recién establecida tacita de oro. 

El proceso era simple, la composición química de los cuerpos, con la adecuada mezcla de sal, flores, azúcar, y muchos colores, daban como resultado un abono que hacía que los sembradíos crecieran veinte veces más de lo normal. La época era buena para los agricultores, o mejor dicho, para los dueños de fincas y extensiones de tierra estúpidamente grandes, los pequeños agricultores, nunca vieron ese súper abono, aún cuando el gobierno había prometido costales gratis del producto. 

Ahora las compañías de desechos habían cambiado su nombre nuevamente, eran conocidos como “Industria manufacturera y distribuidora de súper abono orgánico”. Pronto se olvidó en lo más recóndito de la mente que las desapariciones alcanzaron un punto máximo, como nunca antes se había conocido en la historia de la humanidad. Sin embargo las empresas extranjeras iniciaron la inversión pronta y acaudalada de proyectos de mejoramiento para el agricultor, y un galardón, ahora otorgado al país, se leía en las terminales del aeropuerto. «Bienvenidos a la ciudad más limpia y con mejor agricultura del mundo».