sábado, 6 de diciembre de 2014

Placa policía ¿dime quién es este?

Salí, con el paso fofo encendiendo un cigarro mentolado porque la noche estaba helada; a pesar de ser ya tarde la gente todavía caminaba por las calles semi oscuras, como aferrándose a sus bolsas y sus mochilas, aferrándose a ese miedo de vivir en una de las ciudades más peligrosas del mundo. Al llegar a la décima avenida enfile hacia la dieciocho calle, me dijeron que el sujeto podía estar en uno de esos bares pobres en producto y si no por lo menos podría conseguir algo de información y droga barata.

Siempre pensé que mi oficina era inútil, el calor insoportable, el ruido de las camionetas, el caminar de la gente, ¡PA PA PA PA PA PA! No era tacones en la calle era mi puerta que ya casi se caía de los vergasos. ¡Adelante! Grité casi con desanimo. Su figura peculiar me llamó la atención, era chaparro, con unos lentes de culo de botella y un chalequito de esas tiendas para viejos, pero el no era viejo, su cabeza calva le hacia parecer mayor. - Me llamo Remigio, Remigio Colindres. Mi papá me puso así por un tío al que mataron antes de que yo naciera. - me lo dijo como a manera de disculpa, creo que sintió mi indiferencia ante lo innecesario de su comentario porque inmediatamente prosiguió. - Me dicen que usted puede ayudarme a localizar gente. Aquí la gente piensa que los detectives son más nefastos que la policía pero estoy desesperado. - Traté de ignorar el sudor que se acumulaba en su labio superior y le dije que dependía de qué era lo que quería, le dije que el sicariato era confundido con el trabajo de seguimiento mientras observaba su cadena de imitación de oro brasileño sumergirse en su pecho lampiño, el cuello de su camisa estaba sucia y se notaban las arrugas de las mangas, era como si se hubiera arreglado para venir a verme. - ¡Yo sé que usted no hace esas cosas! - La pena se le escurrió hasta que sacó un pañuelo, se secó el sudor de la frente y recobró la compostura, dejó las gotas de sudor que seguían acumulándose en el labio.

Entre de lleno al bar “El olvido”, según mis fuentes me dijeron que estaba allí por las noches y pedía cervezas para todos, mientras acariciaba jovencitas sacadas de pueblo con la promesa de un trabajo, al final pues sí era a trabajar a lo que venían pero no creo que se lo hayan imaginado, estar de putas en estos bares. Pedí una cerveza y me llevaron también unos nachos de boquitas, una niña con acento nicaragüense me dijo que si no deseaba compañía terminando la pregunta con un «papi» que casi me dan ganas de pegarle una cachetada y luego sentarla en mis piernas. Esperé al menos dos horas antes de que se apareciera; el tipo no era ni gordo ni flaco, llevaba una chumpa de cuero y unas botas de albañil lustradas, le sirvieron iba botella de ron y varios camarones en una mesa junto al escenario donde otra de las chicas cantaba con voz espantosa. Me acerqué a la barra y pregunté por el baño, sentí su mirada atravesarme cuando el mesero me daba indicaciones. Cuando salí del baño el conjunto primavera inundaba la estancia del lugar, sentí una mano torcerme el brazo, - Don Arturo pide que lo acompañe a su mesa. - no podía negarme sin levantar sospecha, tomé mi cerveza y cogí los nachos, la sillas azules y plásticas de pepsi me incomodaban la espalda. Por qué mierdas no he ido al doctor pensé mientras tomaba un sorbo amargo. - ¿Usted no viene mucho acá? - Me preguntó autoritario, - No, es la primera vez. Acabo de regresar del interior y quería echarme unas frías. - Hice una sonrisa mientras apretaba las nalgas, sentía que en cualquier momento podían tomarme por el cuello y arrastrarme hasta un cuarto para deshacerme a golpes. - A muy bien, hombre trabajador. Tiré su cerveza y pruebe trago del bueno. Todo se hizo confuso, los cigarros llenaron el cenicero que limpiaban inmediatamente, la cocaína me mantenía despierto y tuve un encuentro con una chica de jalapa con unas nalgas esculturales. - Estoy buscando trabajo, ¿no conoce de alguien que esté contratando? - No sé si fue la borrachera de las botellas o la euforia de la droga pero sentí un calor en el pecho, expandiéndose hasta tocar la punta de mis dedos rajados. - Eso depende de lo que pueda hacer - me dijo mientras exhalaba el humo azul de sus cigarros europeos. - Yo soy bueno para muchas cosas, pero si no igual aprendo rápido. - Me miró fijamente, tenía los ojos inyectados de sangre creo que pensaba en agarrar la botella y estrellármela en la sien. - Este es mi número, llámeme el lunes y platicamos. - Deslizó un papel con solo el número y la hora en que tenía que llamarlo. Salí tambaleante y pegándome a la pared para no desbaratarme en la banqueta, vomité dos veces antes de quitar llave de la puerta de mi casa y desplomarme en la cama.

La segunda vez que vi a Remigio iba menos pulcro, como si pudiera eso, llevaba una playera blanca y el mismo chaleco de la última vez. - Estuve analizando el caso y ya tengo el precio. Serán cinco mil quetzales más quinientos semanales de viáticos. Ah y otra cosa, me tiene que decir a qué chingados me estoy metiendo porque no quiero terminar muerto en un picop en la utopista. - Meditó unos dos minutos y buscaba algo que no existía en mi escritorio, levantó la bolita de mi adorno y la soltó con ligera extrañeza, tlac tlac tlac tlac tlac, - Tenemos unos negocios juntos, pero creo que no está siendo cabal. Su trabajo será decirme en dónde es que él se mantiene y con quién es que habla. Si puede tomar fotos le daré un bono, y solo para que vea que no juego le doy cinco mil ahorita y cinco mil cuando termine. Será un mes si mucho, y le aseguro que no es nada en lo que pueda correr peligro. - Debí decir que no en ese momento pero necesitaba el dinero y más que eso, necesitaba algo que me sacara del desahucio y la podredumbre. Antes del caso Remigio solo había tenido mujeres que sospechaban que las engañaban, hombres que querían saber donde se mantenían mujeres para acosarlas, estaba cansado de meterme a hoteles y tomar fotos de maridos maricones, necesitaba un respiro, un caso como esos de las novelas policiacas. - Hecho, pero eso sí, al menor gesto de peligro me retiro y no hay reembolso. -

La moneda rodó y el teléfono dio tres tonos antes de que una voz rasposa contestara al otro lado, fui puntual y... - ¿Bueno? Con don Arturo, soy Luis, él me dijo que lo llamara hoy para trabajo. - Me pregunté si había sonado demasiado formal para el personaje que llevaba, no me dijeron nada y el silencio interrumpido por la voz robótica del teléfono me hicieron considerar si colgaba. - Dice que llegue a esta dirección a las ocho de la noche. Lo va a estar esperando. - Clack, tuuuuuuuuuun; colgué el teléfono y regresé a mi oficina. A las ocho ya estaba él esperándome en “El costumbro” daba la impresión de que ese bar no lo habían limpiado desde hace décadas. - Me gusta que sea puntual. Usted va a encargarse de una tarea especial, tiene que seguir a una persona pero él no debe saberlo, me tiene que traer informes de los lugares a los que va y con quién habla, le voy a pagar cinco mil al mes y nos vamos a ver dos veces por semana. Si algo sale mal o si ya no quiere trabajar me llama y yo me encargo de liquidarlo. - Esa última frase me dejó frío, con la paloma aguada. - Gracias. - Solo eso alcancé a decir antes de que me diera la foto de Remigio con los lugares donde él se la pasaba. La incertidumbre, el miedo, la avaricia, una serie de emociones me acribillaban en el pecho, el vacío de la incierto me reptaba por las piernas que temblaban. ¿A qué putas están jugando estos mierdas? Pensé mientras me levantaba de la mesa.

Seguí a Remigio hasta un putero, tuve mucho cuidado de disfrazarme con una gorra de los yankees, una chumpa de gamuza y mocasines. No notó cuando me senté a tres mesas de la suya y pedí una corona. Lo vi hablar con unos chinos y pasarle un sobre manila en el que asumo iba dinero. Fueron así otras cuatro veces y ocho reportes donde describía las tiendas, los comerciales, las putas, los gringos, los negros, los indios y los chinos con los que cada quién hablaba. Mentía decorosamente para que no supieran que ambos eran un caso para mi, como dije, necesitaba la aventura.

Una tarde, con el hígado destruido me dirigí a mi oficina para sacar un pasaporte y corregir el informe de Arturo, llegué y la puerta estaba abierta, martilleo la pistola y abrí de una patada, todo estaba en su lugar. - Siéntese y guarde esa mierda antes de que lo plomee. - Era la voz de Arturo, sentado en el diván que había comprado para dormir en la oficina cuando me echaron de mi viejo cuarto. - ¿Cómo supo? - le pregunté antes de apuntar a la puerta del baño que se estaba abriendo, era Remigio que se secaba las manos con su pañuelo de viejo. - Tiene que comprar más papel. - me dijo mientras se sentaba en mi escritorio. - Hoy tengo que pasar al súper. - Gruñí. - - Sientese le dije - volvió a decir Arturo, me senté con la pistola en la mano. - Ha hecho un gran trabajo. - me dijo Remigio antes de encender un Malboro rojo, - ¡¿puedo saber a qué mierdas están jugando ustedes maricones?! - Grité y me acomodé en la pared. - Como le dijo mi socio, usted ha hecho un gran trabajo detective. Pasó la prueba y ahora estamos seguros de querer contratarlo. - No entendía nada, la cabeza me daba vueltas y la claustrofobia me daba nauseas, era como si estuviera cayendo en un vacío negro en interminable. - Queremos que se introduzca en un negocio, necesitamos información y lugares. - Dijo Remigio antes de encender otro cigarro con la colilla del anterior. - Le vamos a pagar bien, cinco cifras para que se cambie de este mugrero. - Debí haber disparado, debí haber verguiado a ambos y sacarlos a la calle para matarlos como gallinas de tamales, debí haber dicho que no.

Reporte preliminar:

la finca donde llevamos el furgón parece ser de un exmilitar. Entregamos la mercancía a unos árabes que nos dieron una camioneta del año. Dos de los compañeros mataron a los que entregaron el furgón.

Requiero armas y un pasaporte.

El informe final se entregará Lunes a la hora acordada.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Frases célebres

Por más que busco no encuentro esas palabras, esas frases que se quedan incrustadas en la piel y te arrancan la cara que tenías puesta en esa vida, en ese momento que se desintegran los instantes y se pierde la tristeza.

Recuerdo que te vi justo después de que la máquina de coca cola rechazaba mi billete por enésima vez. Ya te había visto antes y sentía tus miradas coquetas perforarme la ropa; — Mirá ¿puedo pedirte un favor? — — Aja — y el sonido de la maquina chupando el dinero shiiq, shiiiiiq, shiiiiq, — ¿Será que no me das tu número de teléfono? — —¿Para qué? — y yo sin voltear, sin preocuparme más que por esa estúpida máquina que no me daba mi gaseosa.

Aún recuerdo el valor que se te escapaba en los pequeños movimientos que se ajustaban a la suavidad de tu cara, la imagen de tus pupilas reflejando la ternura de mi cuerpo. Te di mi número de celular y recuerdo que mensajeamos toda la noche, te dije que tenía una banda y que la música era todo, nos hundimos como capitanes en ese barco de amor adolescente, inmortal, eramos los reyes de la lujuria en tu cuarto pequeño, desordenado, marcado por la ruptura de una vida que te atormentaba, que te comía y forzaba tus lágrimas a visitar mi pecho. Como podrás imaginar ahora, el desastre fue excelso, nos consumió el tedio y la desidia, asesinamos lo hermoso de una relación en la concepción imbécil de los estándares sociales, pero fue bello y más que bello fue necesario para poder decir que estábamos muy jóvenes, que la celeridad de la vida nos puso pausa y stop. Vos me cambiaste la vida en esa frase que se queda para siempre, en el basural de los recuerdos, en la mirada que voltea hacia el pasado y recuerda con amargura y sonrisas que no era más que amor torcido.

Y estas vos, que me decía que lo importante era tener mierdas, acumular objetos materiales porque eso era la vida, tener, tener, tener, y nos emborrachabamos platicando de mujeres y de desasosiegos, porque eso sí, hacías un espacio en tu discurso de acumulación capitalista para soltar esos recuerdos de la chava que te dejaba entrar en su lecho y reventar su temple que juraba que esa noche, era la última. —Vos tenés que hacer tus cosas chino, tu carro, tu casa, tu cuete; vos tenés que tener para que el día de mañana que te cases con la fulana la saqués de esta mierda. — ese era tu viaje vos, dormirte en el seno de la imagen que te da el consumo, ser un gran desalmado y que la gente nos tuviera miedo y no respeto. Ahora que ya no pienso igual, que paso por tu casa de tres niveles y tus ocho carros parqueados en la calle, te digo, no lo logré pero cada quien con su felicidad.

— Jenner, ¿por qué no sos antropólogo? — Quién iba a imaginar que yo estuviera en una clase de la universidad, reinterpretando esas vidas que son ajenas al sentir, a la injusticia de un poder que marca tus deseos, que te encapsula en esas ideas de ser y de vivir como tenés que hacerlo. En vos encontré el desencanto del mundo y sus trajines. ¿Quién diría que me haría poeta? ¿Quién diría que allí esculpiría los ladrillos de mi habitación propia como diría Woolf? Todos pensaban que íbamos a ser esa pareja de intelectuales que los absorbe la elite del saber, pero no, punk's never dead baby, nos desligamos de la fe al amor absoluto, a la fidelidad del cuerpo y de la monogamia. Ahora vos estás en otro país y yo publicó artículos marxólogos. Ahora vos que estás allá te recuerdo entre cervezas y te entrego mi eterna gratitud, gratitud por mostrarme un mundo más grande del que alguna vez pensé en conocer.

Pero la historia está construida a base de rupturas y de sangre, y bien dicen que Comala nunca sale de vos; esa noche que dijimos entre amigos que habría noche de recuerdos, o sea noche de destrucción y deficiencias hepáticas, me reencontré con esa vida de live fast and die young. Sería tonto tratar de describir ese retumbo en el pecho que te da la música, esa sensación de manejar a mil por hora y sentirse dueño del mundo y de sus calles. — Vos vas a cantar esa rola. — Fue como recordar la sangre subiendo, la adrenalina corriendo y los besos de la multitud pegándote puñetazos hermosos.
Ahora mismo que te tuve entre mis brazos varias tardes de este Noviembre tan sublime, que te comparto mis besos llenos de ternura, me recuerdo de esa vez que preguntaste — Jenner, ¿eres triste? — Tal vez lo era porque no me detenía a pensarte como lo hago ahora, porque no me imaginaba un futuro con vos. Esta noche, medio borracho, te digo que te quiero, porque tal vez si era triste porque no conocía lo dulce de tus besos, porque no soltaba el egoísmo y la pena, el miedo de amar como un bobo. Tu sonrisa me enloquece y me hace perderme en la notoriedad de la caída, en la estridencia de tu cuerpo, en lo recóndito de tu maravillosa persona. Te amo niña zombie.

domingo, 10 de agosto de 2014

Pulp

Se sostiene con la parte trasera de un carro mientras trata de aguantar la meada que le viene quemando la uretra desde hace unos minutos, escucha cómo el pequeño chorro interminable cae y hace ese sonido inconfundible cuando estalla contra una bolsa de plástico en el piso, deja que la cabeza flote despegada del cuello, que se bambolée mientras cree meditar. Ya está medio borracho, la sangre está mezclada con el alcohol y aún así cree que todavía puede seguir tomando. — Las latas de cerveza están llenas de alcohol y esas no están borrachas — escucha las carcajadas de sus amigos, el chorro ha cesado y ahora tiene problemas para abotonarse el pantalón; errante, tratando de no tropezar regresa a sentarse a la banqueta y destapa otra cerveza. ¡PSSST! 

La soledad y el vacío lo golpean furiosos, llenos de ira y sin piedad, los ojos acostumbradose a la penumbra, a las luces y la mujer que menea su carne en el escenario; imagina el peso y la velocidad que requiere un cuerpo para deslizarse por el tubo mientras sorbe la cerveza que se desliza en la negrura de su pecho y emborracha a esos deseos que lleva bajo la piel. No puede detener su mano que acaricia su entrepierna, acrecenta el bulto debajo del calzoncillo y llena de líquido el pantalón que usa todos lo viernes. Presa del entumecimiento, flotando a la deriva de sus pensamientos, mueve la cabeza de un lado a otro como diciendo que él no es esa masa amorfa que está desparramada en la silla, que sus nalgas no son esas que se deslizan en la imitación de cuero, que no es su oreja la que está siendo mordisqueada por la prostituta que tiene a la par. Una vez más la euforia lo desconecta de la razón y de la culpa, pide otra ronda de cervezas y con un exceso de romanticismo le dice a la muchacha que lo lleve al cuarto, que le quiere hacer el amor por todos lados mientras ella grita su nombre una y otra vez. 

La pantalla de la computadora se convierte en un objeto desconocido, abre un bloc de notas y comienza a teclear: «¿Qué pasaría si en la interminable pista fallan las turbinas del avión y todos se mueren calcinados? ¿Qué si en este preciso instante saco una pistola y me pegó un tiro en el cielo de la boca? ¿Qué si el cielo de mi boca es celeste y mi lengua una pista de aterrizaje? ¿Qué si en mi boca mueren calcinados aquellos que abordaron el avión en mis dientes? ¿Qué acaso es mi boca un cementerio.. — ¿Ya terminaste los informes? Tenemos una conferencia telefónica en 20 minutos — Piensa en los trabajos de la gente en el que el tiempo es inverosímil y no concuerda con la noción, donde el reloj no se diluye sino se detiene y suspende a las personas en en sentimiento miserable, en una cóctel de depresión, aburrimiento, cansancio y hastío. Cierra el bloc de notas y escribe: «Por lo tanto y con mucho pesar, la cuenta debe ser suspendida y debidamente se debe requerir un arraigo inmediato». 

La oscuridad de la noche se vulve infinita, la carretera se yergue como una figura terrorífica que lo aprisiona, sumergido en esa tranquilidad que solo el silencio puede dar pisa el acelerador, bebe un poco de cerveza y le sube volumen a la canción, trata de cantar mientras exhala el humo del cigarro que acaba de encender. Saca la mano y siente el calor de la costa acariciar suavemente su piel, «Here I am, stuck in the middle with you; here I am stuck in the middle with you» La soledad y la culpa lo han abandonado, ahora solo siente las ganas de acostarla a ella en la cama y decirle que la quiere, que la autodestrucción es parte de él y que no quiere dejar de acariciar su mano mientras observan las estrellas que a la vez observan la playa, las olas perfectas y los observan a ellos con ternura. Una sombra atraviesa los ojos y se impactan en el miedo, el chirrido de las llantas, un grito, una hermosa onomatopeya de la muerte que los toca levemente, la negrura de la carretera, una imagen que no se desprende del pecho acelerado de ambos. Ahora todo negro, negro el pavimento, negros los ojos, negro el miedo que transpiran esos cuerpos atolondrados, negro la embriaguez del conductor, negra la sombra que los hizo frenar. 

NEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONNEGROEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRO. Otra cerveza que se destapa. ¡PSSST! 

El choque de las latas vacías, las miradas cansadas de sus amigos, el tambaleo colectivo, él siente que no es suficiente, que la borrachez y las llamadas inoportunas no pueden acabar tan temprano, que aún existe noche para morir de otras maneras diferentes, otras que no sean el tedio de despertar en la misma cama sucia. Enciende el carro, algo le dice que no es buena idea pero nadie lo detiene, la bocinas vomitan música que lo hacen bailar mientras ve los semáforos convertirse en recuerdos inútiles; una linterna le dice en dónde parquear, siente las manos del guardia atravesarle hasta la vergüenza, no le importa troquelar la vida y el trabajo en un diminuto yugo de plástico, pide una ronda de cervezas y se sienta a observar su inminente destrucción. Él sabe que estar con dos mujeres a la vez no le calma el vacío, él sabe que acabar dos veces no desaparece la soledad, él sabe los gritos y el puñetazo que le dio a una de las putas por revisar su pantalón no aminoran la ira. Él sabe que cuando decida terminar la noche todas esas cosas seguirán allí, consumiendo su cuerpo y alimentando ese sentimiento miserable de odio hacia él mismo. «Baby, just watch me crash and burn.»

Por fin terminó el viernes, cierra su escritorio, cierra el correo electrónico, cierra su mirada y la dirige hacia la infinita gama de oportunidades que le duermen la caricia, que le apabullan el ser y le hierven las entrañas. Cierra su trabajo y decide olvidarse por días, horas, minutos, que no tienen a nadie y que debe callar sus lágrimas, que debe quejarse en silencio, soltar las amarras y darse a la deriva del deseo. Cierra. 

El teléfono repiquetea, la desesperación lo mastica y lo vomita, por fin escucha una voz soñolienta al otro lado de la línea, — Aló, ¿estás despierta? ¿Vámonos al puerto? Hace tu maleta y paso por vos en 20 minutos. — 13 minutos se tardó en comprar cervezas, echar gasolina, comprar cigarros, empacar una serie de cosas innecesarias para el puerto, orinar en la intérprete, saludar de un beso tierno a su novia y acelerar hacia la playa. Sé siente ridículo mientras paga el peaje y le pregunta a la empleada hacia dónde está el puerto; le tiende la mano, la besa mientras la radio pasa las canciones de una noche memorable. Allí, donde la soledad lo abandona, donde la palabra deja de existir porque se impregna en los cuerpos llenos de incertidumbre, allí tararea una canción que bien puede ser un blues. Enciende otro cigarro, destapa otra cerveza y le dice que la quiere mientras acaricia su pierna. 


NEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONNEGROEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRO.

Despierta porque el aire acondicionado está muy fuerte y le pega a los tuétanos, los saluda y les dice que el viento es el padre del frío y de los abrazos por necesidad; un beso, una caricia, sexo en la ducha y un hambre descomunal. Nada importa porque ya está instalado a cientos de kilómetros de su cama. Ve la hermosura de las imperfecciones y la vuelve a besar. Se acabó la cerveza pero entumecimiento y la euforia aún no acaban. Trata de levantarse, de controlar su cuerpo y llevarlo hasta el baño, todavía hay una cerveza. ¡PSSST! 

El sol esboza una caricia amarilla sobre la arena, las olas revientan contra la playa y él piensa en lo hermoso del recuerdo, que mañana o tal vez pasado mañana sólo tenga un deseo de morir. El carro tiene un abollon y el parabrisas estallado, testigo de una muerte desconocida, un cuerpo extraño, ingrávido que emitió un sonido espeluznante mientras impactaba con la carretera vacía. Pizó el acelerador y observó cómo una vida se extinguía en la oscuridad, de manera que ahora, carga con dos muertes; una muerte que guarda la certeza de ocurrir un día cualquiera, y la otra ajena, que es parte de él porque él la provocó, una muerte que no responde a la lógica sino al deseo de autodestrucción. Dos muertes, un cuerpo. Mañana es lunes y toca trabajar. 

martes, 8 de julio de 2014

Reciclaje

En algún momento de la historia la necesidad de vigilar y castigar al cuerpo se exacerbó de manera incontrolable; la evolución de la juventud ante la inminente decadencia de la construcción social ponía en alerta a los ejércitos de jóvenes necesitados de aprobación.

Empezó como empiezan todas las guerras, definiendo enemigos que no existen por el simple hecho de tener a quién juzgar. Después de celebrarse la asamblea nacional de jóvenes preocupados por el ambiente y la salud, hecho que ocurrió en las afueras de la municipalidad puesto que era el lugar más limpio de la capital, la ciudad de los barrancos del futuro, determinaron que era necesesario acabar con la contaminación ya que proporcionaba una imagen de suciedad, desarraigo y podredumbre, y ninguno de los jóvenes allí presentes era nada de esas cosas. Impusieron multas exorbitantes, estrambóticas sumas de dinero a todo aquel que se le descubriera arrojando basura clandestinamente, claro está que este tipo de medidas nunca funciona en sociedades en las que la precariedad cuelga de las ropas, donde la violencia devora intempestivamente a los individuos y colectivos. Furiosos los jóvenes preocupados por el nacionalismo, emitieron una nueva ley en la cual a los inscrupulosos que no pagaran la cuota mensual de recolección de basura serían arrojados a la cárcel, en los mismos sectores donde albergan asesinos, violadores, secuestradores, etcétera, era menester tener su carnet electrónico de ciudadano modelo al día; los trámites se podían cumplir los días quince de manera electrónica o bien en los bancos de la cuidad. Los ciudadanos estaban furiosos, ya no era solo colegio, solo comida, solo transporte, ahora encima de todo tenían que pagar la extorsión de los basureros. Fue una época excelente para los tramitadores o bien, para las mafias falsificadoras de documentos que por un no tan módico precio podían convertir a cualquiera, en ciudadano modelo por el siguiente medio año, sin mencionar a los dueños de las empresas recolectoras que resurgieron como una de las mejores empresas de la iniciativa privada, galardonados en el extranjero con premios como: “One of the bests places to work” y “The most outstanding company of the millennium”. 

Como era de esperarse la oposición no tardó en surgir, las nuevas leyes impositivas trajeron una ola de estafas, protestas, buses incendiados; fenómenos como privatización de las empresas de desechos orgánicos e inorgánicos como ahora se hacían llamar los recolectores, asesinatos de dirigentes sindicales, un sinnúmero de ingresados a las prisiones, en fin, nada a lo cual los ciudadanos no estaban acostumbrados en diferentes etapas de su evolución social. 

Al final las leyes en países como estos no transgreden las líneas imaginarias de moralidad que están tan distorsionadas como cualquier otra; muchos (si no es que todos los ciudadanos) regresaron a sus propias maneras de manejo de basura, es decir, tirándola donde se les daba la gana. 

Las asociaciones juveniles se tornaron en energúmenos, la mayoría de los militantes abandonaron sus quehaceres de centinelas nocturnos, en parte porque no veían el progreso y la justicia social a través de la basura y en otra parte, la de mayor significado, porque habían encontrado otra causa a la cual apoyar, esa de que no se permite el ingreso a los centros comerciales si no va a consumir nada. El manejo de desechos se pudría en cada iniciativa de ley que ingresaba al congreso, cada una más estúpida que la anterior, pero había una gran parte de jóvenes que no daba por pérdida la lucha. Con discursos tales como «¿van a dejar que sus hijos vivan en champas hechas de basura» o «el mundo a acaba y es culpa nuestra por dejar que la basura se convierta en apocalipsis», trataron de reivindicar la lucha, pero todo fue en vano.

Fue hasta que una brillante idea que surgió de una de las mentes más eminentes de los proyectos auto sostenibles se dio a conocer. Este proyecto que fue discutido con la mayor discreción ante los poderes económicos que veían su inversión basurera desvancerse en los vapores del medio día; el proyecto constaba de reciclar a aquellos que no seguían las normativas basurescas. Se reincorporaron los antiguos broncos que a sorpresa de todos, no habían desaparecido tras la guerra. Poco a poco fueron desapareciendo, convirtiéndose en recuerdo inmaculado aquellos individuos que arrojaban basura y ensuciaban las calles de la recién establecida tacita de oro. 

El proceso era simple, la composición química de los cuerpos, con la adecuada mezcla de sal, flores, azúcar, y muchos colores, daban como resultado un abono que hacía que los sembradíos crecieran veinte veces más de lo normal. La época era buena para los agricultores, o mejor dicho, para los dueños de fincas y extensiones de tierra estúpidamente grandes, los pequeños agricultores, nunca vieron ese súper abono, aún cuando el gobierno había prometido costales gratis del producto. 

Ahora las compañías de desechos habían cambiado su nombre nuevamente, eran conocidos como “Industria manufacturera y distribuidora de súper abono orgánico”. Pronto se olvidó en lo más recóndito de la mente que las desapariciones alcanzaron un punto máximo, como nunca antes se había conocido en la historia de la humanidad. Sin embargo las empresas extranjeras iniciaron la inversión pronta y acaudalada de proyectos de mejoramiento para el agricultor, y un galardón, ahora otorgado al país, se leía en las terminales del aeropuerto. «Bienvenidos a la ciudad más limpia y con mejor agricultura del mundo». 

jueves, 8 de mayo de 2014

La cacería

«Esto es pa dejar claro entre tu y yo 
que pa mi solo eres un mal necesario»

— Cartel de Santa — 


— Ya está la vuelta arreglada, mortero y todo, los esperamos en la esquina. 

— Hoy sí, esos majes sé la van a comer. 

¿Has sentido como la nada te golpea la espalda? Te atraviesa sin detenerse, te deja vacío, sin respirar, con la mirada seca, el pecho acelerado, frío, paralizado y la mano lista en la pistola. 

El frío empieza a descender a pesar de ser una de esas noches de verano, después de un día en que la playera se te pega a la espalda y no apestas pero sudas incontenible, preocupado porque tu aspecto desentone y aleje las miradas de los tenis nuevos, blancos, relucientes; la luz amarillenta de la calle brilla en los contornos de los carros, en el plástico mudo del teléfono monedero. Una bocina lejana, el auilludo de un animal irreconocible, el correr del agua en un río de mierda que sucede junto a tu casa. 

— ¿Cuál es el pedo?
— Los majes andan paniqueando a la mara de aquí abajo, dicen que extorsionan a los tuktuqueros.
— ¿Y quién encargó el bisne?
— Prado compa, y a ese maje no hay que negarle el paro. 

Se escucha el escape de una moto acercándose, se levantan las capuchas y a cubren las caras con unas pañoletas sucias; agazapados en la oscuridad intercambian miradas, reconocen la jerarquía y el que acaba de iniciar en el negocio se tiene que asomar, él es la expiación hecha persona, la culpabilidad de no tener un conocimiento para hacer algo más que esto, fricciona el metal y quita el seguro, dos, tres, cuatro pasos, la mano le tiembla, le tiemblan las piernas, un crujido, ¡CLACK! Nada, no hay nadie más que un perro vagabundo. Vuelve sobre sus pasos con la mirada en sus hombros, vuelve a recostar su cuerpo en el poste que tintinea, se relajan un momento, dejan que el silencio se apodere de la calle y que la mirada se pierda en la soledad del asfalto. 

— Me cago del frío, ¿Por qué le dijiste que sí a ese maje? Él no hace paros.
— Así es la vuelta compa. Nos necesita. Sin nosotros no puede decir que hace algo. Si no estamos cualquier cerote quiere venir a gobernar y así no es la casaca. 
— ¿Entonces por qué no hacemos nosotros los tiros?
— ¿Vos tenés carro? ¿Tenés conectes en el MP? Poco a poco compa. Poco a poco llega el billete. 

Reconocen la imposibilidad de las circunstancias, a pesar del coraje, del valor, de los huevos, a pesar de que son ellos los que se comen balas y pagan con sangre el desarraigo. Observan un color morado asentarse en las calles, luces simultáneas que han visto desde dentro y fuera de la patrulla, los policías saludan a las tres sombras dibujadas en los postes, frente al callejón que facilite la escapada en caso de necesitarla, no dicen nada y los policías pasan como ver llover, pasan el cigarro de marihuana y continúan la vigilia. 

Atormentados por el ocio empiezan a forcejear la ventana de un carro cuyo dueño no conocen, violentan la ventana del copiloto, tratan de mutilar el frío con los sillones que se ven lejanos tras la ventana que no se atreven a quebrar. Otro escape de moto levanta el eco, ahora son los tres que preparan las armas, una glock que dejó un hermano después de recibir quince tiros en el pecho, una pistola israelí y una argentina que se traba de vez en cuando. Salen separados, una estrategia de guerra urbana, el menor lanza una piedra que se estrella en el teléfono y hace retumbar el nerviosismo, la carne aguada de las piernas, ven la luz detenerse a pocos metros, — ¡Hijos de puta, hoy si se van a morir culeros — 
— Ya están fichados culeros, diez en la güica les voy a dejar ir — 
— ¡Avientense pues! Ya estuvieran — nadie ha sacado las manos de los bolsillos, una maraña de dedos, escozor, parálisis aqueja los cuerposdesfiantes de la noche. La motocicleta da media vuelta y suelta insultos inentendibles. Ellos ven como la luz roja de la moto se desvanece en la carretera, uno a uno regresan a su escondite entre las sombras. 

«Lo que pasa es que no podemos huequear» dice el líder mientras los otros dos escuchan el relato, asienten cuando escuchan cómo a las dos de la mañana fueron a sacar a un doctor metido en la política, le arrancaron las uñas, las manos, y luego, después de alimentar a un perro bravo con sus genitales, le dispararon en la cabeza; todo porque llevó a su esposa de emergencia al hospital y el doctor le dijo que todos tenían emergencias y que tenía que esperar. La mujer estaba embarazada y perdió al bebé, el primero de muchos hijos que soñaba tener. «Por eso no podemos huequear, ese maje no le amaga.»

La noche casi termina y casi dan por ganada esta batalla, unos minutos más y podrán acostarse a escuchar la música que los lleve a otro entumecimiento, más allá de las cortinas y la cocina sucia, más allá del abuso que reciben en su casa. Unas luces enceguecedoras recorren los cuerpos de la calle, una última alistada, un último movimiento de permutación de bala, valerosos, inmutables, se acercan al Hilux doble cabina que se acaba de parar frente a ellos, sienten el olor a diésel mientras escuchan la ventana deslizarse, deformando su reflejo en el polarizado. 

— ¿Qué onda Prado? 
— Allí compa, echando la vuelta, 
— Los majes bajaron pero se les espantó la mierda. 
— ¿Dijeron algo esos majes?

La nada vuelve a estrellarse en la espalda de los tres mientras observan a dos individuos bajarse armados del pick up, presienten el peligro de haber molestado a quién no debían. 

— ¿Qué pasó Prado?
— Lo siento compa, usted sabe cómo son los bisnes, nada personal. 

Tres disparos en tres cabezas cortan la tranquilidad de la noche, despiertan el miedo y las voces de nerviosismo dentro de las casas que rodean la montaña. Tres cuerpos tirados en el asfalto escurriendo hilos de sangre que hacen una posa inverosímil en medio de la calle vacía. 

A la mañana siguiente en MP ya recoge las evidencias para luego archivarlas en caso ligado a extorsión que eventualmente se cerrará por falta de evidencia. Los murmullos de la gente se condensan en los mismos discursos que ya todos sabemos. «Ellos eran los que estaban asaltando.» «No podían durar si se metían con la gente aquí abajo.» «Dicen que ellos fueron los que asaltaron a los de la tienda.» Dicen, dicen, dicen, narran, se visten, se mueven indiferentes ante los rumores tendidos alrededor de los cuerpos. La cacería terminó. 

sábado, 22 de marzo de 2014

El evangelio según María Magdalena

«I want your ugly I want your disease I want your everything As long as it's free I want your love [...] I want your love and I want your revenge You and me could write a bad romance»

Lady Gaga.

El sopor vine antes del aturdimiento, el aturdimiento viene antes de la euforia, la euforia viene antes del... ¡SNIIFFFF! Ella lo ve, lo presiente cuando acerca la mirada aletargada, cuando posa el vidrio de sus ojos sobre ella, cuando el reflejo diminuto de su ser se desvanece en sangre que se inyecta en la mirada. 

La luz amarillenta, el ardor de ojos, la tembladera de los músculos, ella sabe que tiene que levantarse, sabe que tiene que empezar el día, la rutina, la monotonía de los buenos días nunca dados, él pasa levantando los pies suavemente para no hacer ruido, para no despertar a los nenes que duermen detrás de la cortina, ¡CLICK! Se apaga una luz, se enciende otra, ella camina hacia la estufa, los sartenes escandalizan el desayuno, truenan las cascaras de huevos que rozan con la mantequilla, siente la humedad, huele la humedad que la atraviesa fantasmalmente mientras prepara la comida, — Buenos días mama — todos listos, todos bañados, todos comidos, todos, todos, todos, nadie. Enciende la radio, se sirve su comida, enciende la televisión, no ve nada, no escucha nada. 

El llanto de los niños hace eco en las paredes, las piernas aguadas, el estómago paralizado, el vómito nervioso que repta por la garganta; lo ve acercarse, ve la imagen detenerse lentamente, la mano acercarse lentamente, el llanto escurrir lentamente de sus ojos, como si ella fuera ajena a la situación, como si estuviera afuera de su cuerpo y pudiera ver el latigazo que le estalla en la frente; flashback, se levanta, flashback, corre hacia la cocina, flashback, levanta un cuchillo inútilmente para defenderse de la patada, de la violencia agitada, de la ira contenida en el golpe, flashback, llora en un rincón abrazada de sus hijos. Aturdida, temblorosa, con el miedo que le escurre de las piernas que no dejan de temblar, con las manos que no se detienen mientras juegan a un vaivén extraño. — Policía, vengan a llevarse a este comemierda —

¡CHIQUI, CHIQUI, CHIQUI! !RRRRRRRRRR! Dos cortes de pelo y las manos sudorosas, veinte quetzales que se guarda en el bolsillo para ajustar la cena, unos buenas tardes mama que pasan indolentes sobre su mejilla, otra vez los sartenes que truenan en la estufa, otra vez la comida que chisporrotea en los sartenes, otra vez. Los ve sentarse en la mesa, sostenerse la cabeza para que las ideas no se escapen, los cuadernos con apuntes sucios, desordenados, desaliñados después de que los vio tan pulcros antes de salir; suenan las llaves que giran, la puerta que rechina, la panza que entra primero, la camisa con manchas de sudor, el beso con labios de sudor, la nalgada seca, distante, unísona al silencio de la tarde, lo ve sentarse, inútil, desdentado, flácido, le sirve la comida y enciende la televisión. Deja caer el cansancio en una silla, deja caer la noche en una plática que no existe, él se levanta, se lava y se acuesta, ella enciende la televisión, enciende el radio, enciende la penumbra que cubre la vaguedad de una familia llena de extraños, ella no ve nada, no escucha nada. 

La explosión del flash que enceguece la mirada, la explicación estúpida que se desliza por la máquina detrás del mostrador, los dedos que teclean impertinentes la intimidad incómoda, incómoda ella, impertinente ella que pregunta esas cosas; le duele la tristeza del golpe, la soledad de la cama vacía, le duele el extrañar al hijueputa que no ha comido bien, — Sí, no, no me tocó allí, sólo en la cara, mire. ¡Mire cómo me dejó ese cerote. —

Las noticias que no suenan, los muertos que se conocen por cantidad y no por nombre, el ronquido sordo que resuena en sus oídos. El reflejo de la tele en sus lentes, los párpados que pesan, el brazo que presiona su panza, ve el panorama oscurecerse, el deseo de sentir la piel desvanecerse, ve la imagen muda de la presentadora empequeñerce, cada vez más diminuta, cada vez más lejana, cada vez, cada vez, THE TV WILL TURN OFF IN 30 SECONDS. Muere lentamente, 
cae en un precipicio, impacta con el fondo de una piscina, no puede respirar, no puede gritar, no puede moverse para ningún lado. Duerme. 

Folio No. 1236451. Violencia intrafamiliar, golpe en la mejilla, golpe en el labio, golpe en las teclas de la máquina de escribir, ¡TLACA, TLACA, TLACA! Las palabras resbalan de su cuerpo, la cara de él dirigida al suelo, a la hipocresía, al desencanto que cubre la sala, a la jueza gorda, — ¿Por qué está gorda la jueza? ¿Será que el marido le hace de comer? — ¡Culpable! Culpable de haberse enamorado, culpable de haber ido a esa fiesta, culpable de concer a las primas del culpable que culpablemente le presentaron la renuncia, la ensoñacion de una panza, de uno, dos, tres hijos, culpable de querer tener una familia, culpable de no estudiar, culpable de pegarle al niño con una paleta por perder un libro, culpable de querer ser mamá, culpable de no darle al marido lo que quiere, culpable, culpable, culpable ¡CUL     PA     BLE! 

Lo ve alejarse con el abogado, cargando las penas, dejando caer los recuerdos por el pasillo, dejando atrás las tardes de domingo, las noches de juegos de mesa. Siente la despedida inundarle el cuerpo, llenarle los zapatos, las lágrimas que salen estrpitosamente mientras sus hijos agitan las manos, violentan la mirada, matan el amor de madre, desmenuzan el cariño y lo reparten en las imágenes que quedan para siempre, para nunca. 

El sopor vine antes del aturdimiento, el aturdimiento viene antes de la euforia, la euforia viene antes del desplome del cuerpo que cae sobre el azulejo blanco, mientras ella imagina qué podría pasar si fuera otro calvario, si él se acercara y le reventara la rutina de un centelleaso, si después del golpe ella agarrará su vida a tuto y se la llevara para siempre, si no fuera la monotonía la que la aplasta, la que la devora insaciablemente, la vomita y la vuelve a tragar. Un ronquido, le quita los zapatos, enciende la televisión, enciende el radio, no ve nada, no escucha nada. Duerme. 

sábado, 8 de marzo de 2014

Sale puerto

La toalla, el peine, los dos pares de calzones, las chancletas, el bikini, la crema para el pelo. Todo cabe en el maletín anaranjado que dice tropigas, largo y de un solo zíper, olvidado en ropero, blando, acumulado, agitado para que quepa todo, para que quepa un fin de semana, una noche, una escapada. La hielera con el jamón, el pan, las latas de atún, las cervezas, otra hielera para las cervezas, más cervezas, el carro lleno de cervezas, de cigarros, de trabajo que está pendiente, de guaro, de condones, el carro lleno a reventar, el pecho a reventar, la vejiga a reventar, se hace tarde, el puerto espera. 

- Chiki culera, le dije que en el CENMA a la una, por lo menos que traiga más baras - la gente pasa, se amontona, el sonido de las camionetas, la música, el olor a chile relleno, a tortilla con pollo, las piernas le tiemblan, el maletín le pesa, el calor le atraviesa la cabeza como cientos de balines que rebotan y caen a la nada, a la suciedad y los meados. - ¡Puta vos! Menos mal quedamos pa la una, ya es tarde, ¿traes la papa? - Sí vos, mi nana no me dejaba venir, me hizo traerme la medalla de San Judas y darle de comer al escubi. — Carcajadas que no se escuchan, los cuerpos se retuercen y la boca exhala risas que no podemos escuchar, como una película muda; la marejada de cuerpos avanza, ellas se hunden entre los olores que penetran la nariz, entre la carne tibia que roza con sus brazos sudorosos, los maletines en la parrilla, las nalgas en la cuerina verde que resbala, «En Chihuahua lo agarraron sin tener una razón, y después lo torturaron sin tenerle compasión» saliendo de las bocinas, o del radio en la repiza encima del conductor, adornado orgullosamente con ganchos de pelo de muchachas que inconscientemente perdieron una parte de ellas, una parte que se exhibe sin un dejo dignidad en una carretera. — ¡Apuráte Majo que solo vos faltás! — — ¡Ay! Ya voy Javi, es que la India de consuelo no encontraba el bikini que acabo de comprar — Un desperezado bostezo, una broma estúpida, el aire acondicionado soplando, el policía de la garita observando el grupo de cervezas que beben jóvenes, el grupo de ineptitud que quién sabe cómo le alcanza para divertirse, se cierra la puerta de la casa, se abre la puerta del carro, se abre otra cerveza en lata, ¡PSSTT! El carro avanza. Las manos le sudan, hunde el pie en el acelerador para dejar el peaje, ya sólo ve las equis rojas disminuir, crecer inversamente, o sea, achiquitarce mientras el motor zumba y las manos se deslizan por las piernas de Majo, nadie dice nada, todos gritan, hablan del partido, de la Gallo evolution party, de lo a verga que van a parar, de la U, de coger, del nuevo muco en el condominio, de nuevo, de viejo, de asqueroso y putrefacto, de nada. 

— Busquemos un hotel bara, yo conozco uno con piscina y son treinta tukis cada una. — Dos camastrones de madera y una colchoneta en cada camastrón, una mesa apolillada y un tomacorriente solitario, blanco el cielo falso, blanco el suelo, blanca la vela del bote que navega en bajamar, la tierra que quema las plantas de los pies, insoportable, granulada húmeda y fría entre los dedos que se hunden en la playa, dos latas frías de cerveza, la tarde que desciende, que colorea en sepia los paisajes, las olas que rebotan en la playa, en los cuerpos acompasados, semidesnudos y felices que se mojan en la sal, un sonrisa que amenece y anochece en su rostro, — Tenía tanto de no ver el mar. — Más cervezas que se derriten en la mesa, el chisporroteo de la carne, la saliva que se mece en el cuerpo, los cuerpos que se arrullan en la hamaca, la postal veraniega que sale en los anuncios esbozando el sentido de pertenencia y nacionalismo que se vende al por mayor. Menos charla, más tuits, más fotos que se van al facebook y al instagram, fotos de gente bonita con lentes bonitos, deteniendo la felicidad fingida para que perdure en la foto, otra cerveza, la luz que sé escapa en los rincones de hierba mala, de hierba buena, de hierbavomitadaymeada; es válido pensar en un instante en los intestinos del perro atropellado, en la venta de frutas que juega a ser imagen cultural, en el calor que no disminuye a pesar de que la tarde se esfumó entre palabras y colores, entre latas y una comida para hacer base. 

— Tenemos otro six, vamos a vamos e por esas casas caqueras a ver sí vemos buenos culos — La mirada nublada por el humo y el alcohol, las luces tenues que acompañan los pasos tácitos, cansados, el clappeteo de las chancletas insolentes; casi al final del callejón un cuerpo que dormita, acuclillado, emitiendo un sonido sordo de regurgitación, vacío, sin líquido. La pena, la lástima, la simpatía baja por la garganta mientras preguntan si el chavo no quiere nada, la luz enceguecedora que duele en los ojos, la puerta que se abre, la bienvenida inesperada, la música que mueve los músculos a pesar del miedo, a pesar de la incertidumbre. — ¿Qué pasó? — 

— Tu cuate ya dobló, deberían entrarlo adentro porque dicen que muchos cacos aquí en el puerto — 

— ¿Y ustedes?—

— Pasándola, fregando la pita —

— Ayúdenme a entrarlo, pasen adelante muchá, ¿traen chela? Eso está bueno, delen entren. —

Ellas han visto esta misma imagen en la tele, ellas han visto esas fiestas en las que se mueren por estar, saben de los niños prepi, de los patojos caqueros que alquilan una casa en el puerto para pasarla bien, para pasarla. — Muchá, el chato dobló, aquellas me ayudaron a entrarlo — la tensión se va diluyendo como el agua que corre bajo las latas de cerveza, — Buena onda brothers, ese dobla rápido. — 

— Nosotras solo pasábamos por acá, y vimos al cuate tirado, nos dio pena. — 

La noche cubre infinitamente el mar, dos cielos que se observan en el horizonte, las miradas que se cruzan, la cara hambrienta que se expone en la mesa, cuerpos deliciosos que comparten los tragos, las risas, las bromas discriminatorias que crecen la incomodidad; poco a poco se va vaciando el espacio, se acaba la pregunta, se agota la conversación, se duelen las cabezas, poco a poco van cayendo los cuerpos, sujetados a la cama, atraídos por el sexo, poco a poco queda el final en una mesa llena de latas y botellas. 

— Estás bonita vos — dice un cuerpo ebrio y tambaleante en una silla, la emoción llena el pecho, inhunda la mirada, llena de calor la cara, todos dormidos, todos tirados, todos cogiendo, todosensumundoestúpidoyplacentero. 

Siente el golpe al decir que no, siente el líquido triste que va cubriendo la mitad de su cabeza, la hierba fresca alivia por un rato el calor de lo que duele; forcejea, patalea, dejámevoscomemierda, nadie escucha el llanto, nadie escucha los gritos, — Sí me gustás pero así no quería prepi estúpido — siente la ira, la furia, la tiranía del miembro que penetra sus piernas. Se va despidiendo, las luces se van apagando, la cara del violador se va ennegreciendo, piensa que todo eso es triste porque lo triste duele y a ella le duele todo. 

Escucha el zumbido de una mosca, ¡BBBSSSSS! Busca su calzón tieso tirado en la grama, su amiga que habla con la policía, siente que se va, siente que no es nada, siente la nada, el llanto acumulado, la dolencia que esgrima los vagos de tristeza, siente, siente, siente. ¡Sale puerto muchá! 



miércoles, 5 de febrero de 2014

La coqueta

La calle termina de vaciarse de los sonidos vespertinos y empieza a albergar los de la noche, sencilla, cáustica, monótona. Siempre lo mismo, siempre voces que no se entienden porque nacen  al mismo tiempo, escapes tronando, pisotones de medios tacones cansados y polvorientos. Cómo puede la ciudad tener tanto polvo, tanta amargura transitando en las calles, tantas soledades inconexas y llenas de historias; todo esto se pregunta ella mientras espera la camioneta, la misma de anoche, la última que va para su casa, esa que tiene una luz neon azul y carga reggaeton en las bocinas, un ayudante mañoso y un chofer indiferente hacia los bultos que ocupan el espacio infinito donde todos caben, donde todos se corren hacia atrás, para atrás. Esa, la misma, la única, la vieja, la estúpidacomemierda, la coqueta. 

Se hunde en el respaldo aguado del asiento, pone ligera atención a la música, «Ay no me importa que usté sea mayor que yoooo, hoy la quiero en mi cama», la luz no molesta a los ojos, dispara cierta personalidad que cae en los cuerpos bamboleántes, “hasta parece discoteca” piensa y se hunde aún más en el sillón. La coqueta acelera, el chofer acelera, el mañoso pide el pasaje, hace como que no lo escucha porque le gusta que la rueguen, le gusta que le pidan, que la llamen, que le den flores y le digan bonita, mamita, mi amor, pero no lo dice, no lo proyecta cuando escupe con indignación un insulto y suelta el dinero con delicada gravedad. Ve las imágenes pasar, nacer y morir en sus pupilas vidriosas, cansadas y llenas de sangre; allí va el motorista, el vendedor de chicles que huelen a menta, que huelen a piña y a limón, el carro lujoso, la chatarra, el novio y la novia, como un cementerio infinito de fotos apiladas en la cabeza, el chofer frena violentamente y casi le hace sembrar los dientes en el tubo oxidado, se acabarón las imágenes. Tres hombres suben, dos con capucha y uno con mochila, uno por la puerta de atrás y dos por la de adelante, la coqueta presiente la amenaza, el pecho lleno de metal que cruje, palpita, se acelera, se despierta y se inyecta adrenalina, el sillón empieza a doler, la cara empieza a hervir en el espejo del chofer, de la coqueta, ella ya sabe el drill, —¡Bueno hijos de la gran puta! Todos queremos llegar a nuestras casas, así que flojos y vivos con las chivas que nadie se quiere quedar tendido— tendida en la coqueta, dormida en la coqueta para siempre, muerta en la coqueta. Dobla la cabeza, quiebra la mirada, irgue el pecho, aprieta las nalgas, ve al que está sentado a su derecha, tiembla, explaya miedo, el terror bordea el punto donde el cuerpo se rompe y las lágrimas empiezan a salir, un sonido, un destello, un impacto la hacen salir del transe, la cabeza le duele, el labio sangra, los ojos se detienen un momento en el rostro sin capucha del ladrón, suelta su celular y unos anillos que guardaba en el brasiere, el pecho se desinfla, las lágrimas empiezan a caer, ahora ella tiembla igual y su compañero de asiento ya no está, la coqueta para, el chofer para, sale con el mañoso a buscar una patrulla, todos se levantan, todos se sientan, todos murmuran, la coqueta continúa su camino. 

Entra a la casa, la luz amarillenta que alimenta la pobreza, el suelo sucio que emana olor a perro, ve a su mamá sentada viendo la novela, se encuentra con el espejo, con el reflejo partido, humillado, con el fantasma que despidió en la mañana, diferente, igual, hermoso, feo y narizón. —¿Ya llegó mi hermano?— —Dijo que se quedaba trabajando hasta tarde.— 

Quiere llamarlo, llorar el susto, contemplar su voz y acostarse en el vacío de su cama, no tiene celular, él está con su esposa y sus hijos que no quiere, atrapado en esa vida que no quiere y que va a dejar por estar con ella. La puerta suena, el perro ladra, la mirada se distrae, se conecta con la cara donde la dejo suspendida por última vez, —Aquí está tu celular. ¡Ya te dije que no te hagas la mula porque te tengo que verguiar— no lo escucha, no lo ve, no siente el golpe y lo abraza, toma el celular, lo esculca, lo agita, lo revienta con los dedos, no hay ni un mísero mensaje. — Dale de comer a tu hermano que viene de trabajar y está cansado — calienta la comida, la sirve, se la traga, corre hacia su cuarto, corre la cortina, corre hacia su vida, corre, corre y nunca deja de correr. Mañana salgo tarde, me toca la coqueta. 

viernes, 31 de enero de 2014

Selena murió un viernes cualquiera.

La lluvia caía ligera y sin preocupación, derramando su tristeza por la única ventana de la salacomedor. Mi mamá estaba estática, observando las imágenes intermitentes que salían de la televisión, rezaba y dejaba que sus lágrimas recorrieran las pocas arrugas que yo recuerdo en su rostro. 

Era viernes, lo recuerdo porque mi madre lloraba y ella lloraba casi todos los viernes; ese día no recuerdo tener un pastel o un abrazo de mi madre felicitándome por mi cumpleaños, tan solo el vaho que salía de su boca, su cálido aliento que murmuraba maldiciones y rezos, deseos inconexos de una vida que se esfumaba muy lejos de nosotros. 

Dieron las cinco y mi madre estalló en llanto inconsolable, fuera de sí, gritando, insultando al televisor; arrastraba sus lamentos por el cuarto medio lleno, medio vacío para mi, me tomó de la mano y me dijo que bailáramos, el cuerpo le temblaba, tenía los ojos hinchados y llenos de soledad, el chico del apartamento 512 inundo la habitación, mi madre se contoneaba, me arrullaba con su cuerpo, la pieza era movida pero los cuerpos se mecían con letanía y lentitud, quería abrazarla, preguntarle por qué lloraba, no solo hoy sino que todos los viernes de mi vida, todos los viernes que mi papá salía a emborracharse y no regresaba hasta la madrugada del sábado, pero no me atreví, nunca tuve el valor de besar su soledad, de acariciar sus tristezas y desventuras, sus recuerdos y sacrificios, nunca en esos viernes pude decirle que yo también lloraba en las noches por su soledad. 

Selena murió un viernes cualquiera, lo recuerdo porque mi madre lloraba y ella lloraba casi todos los viernes, a pesar de tenerme a mi, a pesar de divertirnos cuando me enseñaba a bailar, a pesar de compartir esa soledad hija de puta, mi madre lloraba. Ahora, mientras sostengo su cuerpo frágil y presumo de que ella me enseño a bailar, comprendo todas esas lágrimas que amanecieron muertas en el suelo, en su almohada, entiendo que la nostalgia de un cuerpo puede quebrarte, distanciarte de la realidad y sumergirte en ese mundo oscuro de recuerdos y fantasmas. 

Mi madre lloró en mi cumpleaños, un viernes cualquiera pero no por cualquier razón. Mi madre lloró en mi cumpleaños porque asesinaron a Selena, pero, por lo menos, dejó sus lágrimas caer en ese viernes por un cuerpo diferente. 

domingo, 26 de enero de 2014

Allí se viene el fuego... Preparaos todos

Cuéntame otra vez esas historias que nacen en tu pecho y se mueren en el mío. Desviste tu alma y entrégala desnuda al contorno de mis insomnios, al letargo de mi cuerpo exhausto de amarte con inusitada violencia. 

Te veo, te conozco desde adentro cuando el vaho de tu aliento se estrella en mi pecho desnudo, mientras la culpa y el miedo se despegan de tu voz y dibujan ese mundo cálido al que con estúpida valentía me atrevo a descubrir mientras se construye, mientras lo construyes con fuego y llanto. 

Mientras dices que no sabes del futuro, mientras hablas de lenguajes en colores y en formas que me intrigan, yo imagino el desgarre, el cansancio, la pasión, la inmutable autodestrucción que se viene sobre nosotros. Veo el futuro, la cúpula de emociones derrumbándose, la relación bastarda que nos hará recoger las palabras del suelo, el corazón escupido y herido, la tácita nostalgia casi inmediata que nos hará entregarnos al otro sin reparo, con dejos de ira y de pasión. 

Ahora me hablas de doctores, de películas, de deportes; la pizza se enfría en la cama y nuestras miradas buscan el calor de una caricia perdida en el silencio. Adormitado, con los ojos hinchados, el pecho a reventar, me acerco y te beso. El sentir húmedo de tus labios hace llamear el cuerpo, dejar las manos libres sobre tu cuerpo, liberar los dedos para que memoricen tu espalda y cuenten tus lunares. 

Entre caricias, entre las historias de tu infancia y tus lugares preferidos, veo el mar sacudiendose, olas de infinitos adjetivos impactando en nosotros. Ahora, aquí, en ti, veo el fuego que crece, está listo para consumir, para quemarnos y dejar solo las cenizas dolientes reptando sobre nuestros cuerpos. Allí se viene el fuego que hará desaparecer hasta el más mínimo instinto que se esconde entre las miradas. 

Allí viene el fuego, prepárate querida. 

jueves, 9 de enero de 2014

La última y nos vamos

Un litro más, una servida más, una apuesta silenciosa que espera al ganador que pueda servir el vaso sin espuma, las palabras ya no suenan, se quiebran en el aire y llegan cortadas, desmembradas y sin sentido, sólo escucho murmullos, partes desequilibradas de lo que puede ser una conversación; la necesidad incesante de mear, el cuerpo flácido y la cara inmutable, la borrachez es el signo de debilidad que hay que evitar. Cuento los billetes que me quedan en el bolsillo, alcanza para otra ronda, otra vez las ganas de mear, sin decir nada me levanto y salgo a la puerta a fumar, todos parecen menos ebrios, más elocuentes, más distantes de la realidad que de a poco se estremece, se desdibuja en el contorno de los ojos, baila, se acomoda y adormece los sentidos. 

Salimos del bar, la calle estaba repleta de personas que deambulaban para olvidar la soledad; una señora vendiendo tostadas, un niño jugando con una vara, imaginando ser Harry Potter, ese enclenque de lentes que ahuyenta a los espíritus con un conjuro mágico, el niño no sabe cómo pronunciar el conjuro; mi amigo se detiene, le pregunta al taxista a quién acaba de insultar, antes de responderle que la broma era para otro que se apoda de la misma manera que yo mi amigo suelta un puñetazo seco, lleno de ira, angustioso, rogando por perdón, el taxista no puede hacer nada ante el terror y la sorpresa, trata de levantarse, de recoger sus llaves pero otro pueñetazo y una patada lo hacen besar el suelo, pedir perdón por lo que no hizo, quiere llamar a su esposa, decirle que todo está bien, que no importa que la comida sea la misma, otro pueñetazo. Todo ocurre mientras el tiempo se detiene, mientras los gritos de la señora de las tostadas inundan la calle, mientras yo me acerco para detener los golpes cobardes de mi amigo. Levanto la mirada y una multitud enfurecida se acerca a nosotros, ahora somos cuatro, ahora somos todos los que lanzan puñetazos y patadas para alejar a todos, siento los nudillos callosos estrellarse en mi boca, mis dientes desgarran los labios y la sangre corre para abrazar mi mentón, — ¡Vivos! ¡Vámonos a la mierda! — todos corren, todos para huir, todos para alcanzar, el impacto del tubo me zumba en los oídos, la música del carro se mezcla con las burlas y los insultos, las preguntas estúpidas hacen fila para vomitarse de nuestras bocas, «¿Por qué?, ¿Para qué? ¡Sos una mierda!» la sangre deja de brotar. 

Sentados en la banqueta, confundidos, con la mirada quebrada y la verguera diluyendose en el tiempo; «Vamos a ver quiénes están, los marcamos y otro día los pizamos.» los ojos inyectados de sangre, la mandíbula crujiendo, los brazos temblando, esperando ese punto de inflexión y de quiebre, «Vamos pues.» 

La música del conjunto primavera arrulla la incertidumbre, el enojo rebota de un cuerpo a otro, el aire espeso se asienta entre las palabras, «Allí está ese cerote», otra vez el tiempo se detiene mientras mi amigo sale del carro disparado; asesta un golpe en la cara del que tal vez no era el que buscábamos, veo un cuerpo flotar por el aire, deslizarse unos metros, unos tubos abalanzarse por entre los vidrios del carros. Vidrio quebrado, insultos, litros vacíos, música, todo sé estrella en mi cara, se pierde en mi mirada, el carro no avanza, me llueven los manotazos en la oscuridad, «¡metéle sapo!» las luces y los cuerpos se quedan atrás en el semáforo. 

El orgullo derramado por la calle, el carro hecho pedazos, unas cervezas que se derriten en el asfalto. Todos ahora con la cara hinchada, indolente, cabizbajos y llenos de golpes que no pudieron soltarse, lamentadose por la burla y la batalla perdida. «Bueno, la última y nos vamos.» 

jueves, 2 de enero de 2014

Abandono del sueño

Es así como se despega del sueño la realidad, es así como las imágenes inmaculadas de una fantasía se transforman en una serie de eventos en la imaginación; decidido a transportarse a la voluntad de dejar correr los recuerdos que se convierten en necesidades del cuerpo, que socavan los deseos corruptos de tu ser, te hundes en la película que corre de atrás hacia adelante, de adelante hacia atrás. 

Imágenes que se alimentan de sí mismas, del miedo, de la soledad, del sexo. Todo se va fundiendo en un solo deseo que recorre tus manos, se desliza a los dedos con solemnidad, con la tarea de mitigar el deseo.