El sol recrimina la mirada y
exacerba el calor; al ingresar al atrio, ese espacio abierto con jardineras a
maneras de bancas para poder admirar la grandeza de la estructura
arquitectónica que es la iglesia. Una sola nave que conduce a las tumbas de los
grandes oligarcas que yacen, convirtiéndose en polvo bajo las plegarias casi
silenciosas de los feligreses.
En el atrio se observa la estatua
de un monje, con un indio arrodillado ante la verdad de Dios, y a la diestra,
la deidad cosmogónica decapitada probablemente por la verdad de Dios también.
Interesante la figura, pues muestra la superioridad de una creencia ante otra,
y crea digamos una jerarquización ante la significancia misma.
Suenan las campanas, es hora de
la misa; la gente entra en silencio mientras la vida transcurre con indolencia.
Todos son mayores, o al menos parecen mayores; tal vez sea porque la vida en
Guatemala te envejece.
La misa es algo mecánico, un
ritual que conjuga diferentes actos de sumisión, porque de eso se trata,
humillarse y confesarse inferior ante un poder superior que con su mano
poderosa lleva el destino hacia la oscuridad de la tristeza y las penas, para
después ser recompensado en esa vida que existe después de la muerte; algo así
como un cronotopo, vivir en el futuro de algo que nadie jamás ha visto pero que
los reconforta.
Quizás allí es donde recae la
significancia, en la paciencia, en el querer esperar para poder obtener el
maná, para ver la tierra donde emana leche y miel, o bien, caminar por esas
calles de oro y navegar ese mar de cristal, tal vez, solo tal vez sea eso.
Podríamos esparcir datos
arbitrarios que enmarquen el ritual; el arrodillarse, el repetir como soldados
lo que ordena el padre, el arrodillarse ante una galleta que te convierte en
caníbal, siendo esta el cuerpo de Cristo y uno el que la ingiere, pero no se
trata de eso ¿verdad? Se trata de dimensionar los niveles en los cuales se
crean símbolos y significancia de los mismos, estructurar el sistema que
abarque ontológicamente una creencia, el pensar que la misa es ese espacio
atemporal, fuera de la espacialidad en el cual, atravesamos la barrera de lo
humano y alcanzamos lo divino mientras somos instruidos en la palabra y
despedidos en la paz del Señor.
Al salir, toda esa atmósfera de
fraternidad desaparece; lo significativo solo existe en los límites materiales
e imaginarios de la iglesia. Todos pitan impacientes para salir del parqueo,
algunos maldicen y cuasi arrancan brazos de niños para salvarlos de ser
atropellados por los conductores fúricos por salir; la muerte pienso yo, sería
ligeramente más trágico que ser manco desde niño. Compro una canillita de
leche, y cierro mi libreta.