miércoles, 5 de febrero de 2014

La coqueta

La calle termina de vaciarse de los sonidos vespertinos y empieza a albergar los de la noche, sencilla, cáustica, monótona. Siempre lo mismo, siempre voces que no se entienden porque nacen  al mismo tiempo, escapes tronando, pisotones de medios tacones cansados y polvorientos. Cómo puede la ciudad tener tanto polvo, tanta amargura transitando en las calles, tantas soledades inconexas y llenas de historias; todo esto se pregunta ella mientras espera la camioneta, la misma de anoche, la última que va para su casa, esa que tiene una luz neon azul y carga reggaeton en las bocinas, un ayudante mañoso y un chofer indiferente hacia los bultos que ocupan el espacio infinito donde todos caben, donde todos se corren hacia atrás, para atrás. Esa, la misma, la única, la vieja, la estúpidacomemierda, la coqueta. 

Se hunde en el respaldo aguado del asiento, pone ligera atención a la música, «Ay no me importa que usté sea mayor que yoooo, hoy la quiero en mi cama», la luz no molesta a los ojos, dispara cierta personalidad que cae en los cuerpos bamboleántes, “hasta parece discoteca” piensa y se hunde aún más en el sillón. La coqueta acelera, el chofer acelera, el mañoso pide el pasaje, hace como que no lo escucha porque le gusta que la rueguen, le gusta que le pidan, que la llamen, que le den flores y le digan bonita, mamita, mi amor, pero no lo dice, no lo proyecta cuando escupe con indignación un insulto y suelta el dinero con delicada gravedad. Ve las imágenes pasar, nacer y morir en sus pupilas vidriosas, cansadas y llenas de sangre; allí va el motorista, el vendedor de chicles que huelen a menta, que huelen a piña y a limón, el carro lujoso, la chatarra, el novio y la novia, como un cementerio infinito de fotos apiladas en la cabeza, el chofer frena violentamente y casi le hace sembrar los dientes en el tubo oxidado, se acabarón las imágenes. Tres hombres suben, dos con capucha y uno con mochila, uno por la puerta de atrás y dos por la de adelante, la coqueta presiente la amenaza, el pecho lleno de metal que cruje, palpita, se acelera, se despierta y se inyecta adrenalina, el sillón empieza a doler, la cara empieza a hervir en el espejo del chofer, de la coqueta, ella ya sabe el drill, —¡Bueno hijos de la gran puta! Todos queremos llegar a nuestras casas, así que flojos y vivos con las chivas que nadie se quiere quedar tendido— tendida en la coqueta, dormida en la coqueta para siempre, muerta en la coqueta. Dobla la cabeza, quiebra la mirada, irgue el pecho, aprieta las nalgas, ve al que está sentado a su derecha, tiembla, explaya miedo, el terror bordea el punto donde el cuerpo se rompe y las lágrimas empiezan a salir, un sonido, un destello, un impacto la hacen salir del transe, la cabeza le duele, el labio sangra, los ojos se detienen un momento en el rostro sin capucha del ladrón, suelta su celular y unos anillos que guardaba en el brasiere, el pecho se desinfla, las lágrimas empiezan a caer, ahora ella tiembla igual y su compañero de asiento ya no está, la coqueta para, el chofer para, sale con el mañoso a buscar una patrulla, todos se levantan, todos se sientan, todos murmuran, la coqueta continúa su camino. 

Entra a la casa, la luz amarillenta que alimenta la pobreza, el suelo sucio que emana olor a perro, ve a su mamá sentada viendo la novela, se encuentra con el espejo, con el reflejo partido, humillado, con el fantasma que despidió en la mañana, diferente, igual, hermoso, feo y narizón. —¿Ya llegó mi hermano?— —Dijo que se quedaba trabajando hasta tarde.— 

Quiere llamarlo, llorar el susto, contemplar su voz y acostarse en el vacío de su cama, no tiene celular, él está con su esposa y sus hijos que no quiere, atrapado en esa vida que no quiere y que va a dejar por estar con ella. La puerta suena, el perro ladra, la mirada se distrae, se conecta con la cara donde la dejo suspendida por última vez, —Aquí está tu celular. ¡Ya te dije que no te hagas la mula porque te tengo que verguiar— no lo escucha, no lo ve, no siente el golpe y lo abraza, toma el celular, lo esculca, lo agita, lo revienta con los dedos, no hay ni un mísero mensaje. — Dale de comer a tu hermano que viene de trabajar y está cansado — calienta la comida, la sirve, se la traga, corre hacia su cuarto, corre la cortina, corre hacia su vida, corre, corre y nunca deja de correr. Mañana salgo tarde, me toca la coqueta.