sábado, 6 de diciembre de 2014

Placa policía ¿dime quién es este?

Salí, con el paso fofo encendiendo un cigarro mentolado porque la noche estaba helada; a pesar de ser ya tarde la gente todavía caminaba por las calles semi oscuras, como aferrándose a sus bolsas y sus mochilas, aferrándose a ese miedo de vivir en una de las ciudades más peligrosas del mundo. Al llegar a la décima avenida enfile hacia la dieciocho calle, me dijeron que el sujeto podía estar en uno de esos bares pobres en producto y si no por lo menos podría conseguir algo de información y droga barata.

Siempre pensé que mi oficina era inútil, el calor insoportable, el ruido de las camionetas, el caminar de la gente, ¡PA PA PA PA PA PA! No era tacones en la calle era mi puerta que ya casi se caía de los vergasos. ¡Adelante! Grité casi con desanimo. Su figura peculiar me llamó la atención, era chaparro, con unos lentes de culo de botella y un chalequito de esas tiendas para viejos, pero el no era viejo, su cabeza calva le hacia parecer mayor. - Me llamo Remigio, Remigio Colindres. Mi papá me puso así por un tío al que mataron antes de que yo naciera. - me lo dijo como a manera de disculpa, creo que sintió mi indiferencia ante lo innecesario de su comentario porque inmediatamente prosiguió. - Me dicen que usted puede ayudarme a localizar gente. Aquí la gente piensa que los detectives son más nefastos que la policía pero estoy desesperado. - Traté de ignorar el sudor que se acumulaba en su labio superior y le dije que dependía de qué era lo que quería, le dije que el sicariato era confundido con el trabajo de seguimiento mientras observaba su cadena de imitación de oro brasileño sumergirse en su pecho lampiño, el cuello de su camisa estaba sucia y se notaban las arrugas de las mangas, era como si se hubiera arreglado para venir a verme. - ¡Yo sé que usted no hace esas cosas! - La pena se le escurrió hasta que sacó un pañuelo, se secó el sudor de la frente y recobró la compostura, dejó las gotas de sudor que seguían acumulándose en el labio.

Entre de lleno al bar “El olvido”, según mis fuentes me dijeron que estaba allí por las noches y pedía cervezas para todos, mientras acariciaba jovencitas sacadas de pueblo con la promesa de un trabajo, al final pues sí era a trabajar a lo que venían pero no creo que se lo hayan imaginado, estar de putas en estos bares. Pedí una cerveza y me llevaron también unos nachos de boquitas, una niña con acento nicaragüense me dijo que si no deseaba compañía terminando la pregunta con un «papi» que casi me dan ganas de pegarle una cachetada y luego sentarla en mis piernas. Esperé al menos dos horas antes de que se apareciera; el tipo no era ni gordo ni flaco, llevaba una chumpa de cuero y unas botas de albañil lustradas, le sirvieron iba botella de ron y varios camarones en una mesa junto al escenario donde otra de las chicas cantaba con voz espantosa. Me acerqué a la barra y pregunté por el baño, sentí su mirada atravesarme cuando el mesero me daba indicaciones. Cuando salí del baño el conjunto primavera inundaba la estancia del lugar, sentí una mano torcerme el brazo, - Don Arturo pide que lo acompañe a su mesa. - no podía negarme sin levantar sospecha, tomé mi cerveza y cogí los nachos, la sillas azules y plásticas de pepsi me incomodaban la espalda. Por qué mierdas no he ido al doctor pensé mientras tomaba un sorbo amargo. - ¿Usted no viene mucho acá? - Me preguntó autoritario, - No, es la primera vez. Acabo de regresar del interior y quería echarme unas frías. - Hice una sonrisa mientras apretaba las nalgas, sentía que en cualquier momento podían tomarme por el cuello y arrastrarme hasta un cuarto para deshacerme a golpes. - A muy bien, hombre trabajador. Tiré su cerveza y pruebe trago del bueno. Todo se hizo confuso, los cigarros llenaron el cenicero que limpiaban inmediatamente, la cocaína me mantenía despierto y tuve un encuentro con una chica de jalapa con unas nalgas esculturales. - Estoy buscando trabajo, ¿no conoce de alguien que esté contratando? - No sé si fue la borrachera de las botellas o la euforia de la droga pero sentí un calor en el pecho, expandiéndose hasta tocar la punta de mis dedos rajados. - Eso depende de lo que pueda hacer - me dijo mientras exhalaba el humo azul de sus cigarros europeos. - Yo soy bueno para muchas cosas, pero si no igual aprendo rápido. - Me miró fijamente, tenía los ojos inyectados de sangre creo que pensaba en agarrar la botella y estrellármela en la sien. - Este es mi número, llámeme el lunes y platicamos. - Deslizó un papel con solo el número y la hora en que tenía que llamarlo. Salí tambaleante y pegándome a la pared para no desbaratarme en la banqueta, vomité dos veces antes de quitar llave de la puerta de mi casa y desplomarme en la cama.

La segunda vez que vi a Remigio iba menos pulcro, como si pudiera eso, llevaba una playera blanca y el mismo chaleco de la última vez. - Estuve analizando el caso y ya tengo el precio. Serán cinco mil quetzales más quinientos semanales de viáticos. Ah y otra cosa, me tiene que decir a qué chingados me estoy metiendo porque no quiero terminar muerto en un picop en la utopista. - Meditó unos dos minutos y buscaba algo que no existía en mi escritorio, levantó la bolita de mi adorno y la soltó con ligera extrañeza, tlac tlac tlac tlac tlac, - Tenemos unos negocios juntos, pero creo que no está siendo cabal. Su trabajo será decirme en dónde es que él se mantiene y con quién es que habla. Si puede tomar fotos le daré un bono, y solo para que vea que no juego le doy cinco mil ahorita y cinco mil cuando termine. Será un mes si mucho, y le aseguro que no es nada en lo que pueda correr peligro. - Debí decir que no en ese momento pero necesitaba el dinero y más que eso, necesitaba algo que me sacara del desahucio y la podredumbre. Antes del caso Remigio solo había tenido mujeres que sospechaban que las engañaban, hombres que querían saber donde se mantenían mujeres para acosarlas, estaba cansado de meterme a hoteles y tomar fotos de maridos maricones, necesitaba un respiro, un caso como esos de las novelas policiacas. - Hecho, pero eso sí, al menor gesto de peligro me retiro y no hay reembolso. -

La moneda rodó y el teléfono dio tres tonos antes de que una voz rasposa contestara al otro lado, fui puntual y... - ¿Bueno? Con don Arturo, soy Luis, él me dijo que lo llamara hoy para trabajo. - Me pregunté si había sonado demasiado formal para el personaje que llevaba, no me dijeron nada y el silencio interrumpido por la voz robótica del teléfono me hicieron considerar si colgaba. - Dice que llegue a esta dirección a las ocho de la noche. Lo va a estar esperando. - Clack, tuuuuuuuuuun; colgué el teléfono y regresé a mi oficina. A las ocho ya estaba él esperándome en “El costumbro” daba la impresión de que ese bar no lo habían limpiado desde hace décadas. - Me gusta que sea puntual. Usted va a encargarse de una tarea especial, tiene que seguir a una persona pero él no debe saberlo, me tiene que traer informes de los lugares a los que va y con quién habla, le voy a pagar cinco mil al mes y nos vamos a ver dos veces por semana. Si algo sale mal o si ya no quiere trabajar me llama y yo me encargo de liquidarlo. - Esa última frase me dejó frío, con la paloma aguada. - Gracias. - Solo eso alcancé a decir antes de que me diera la foto de Remigio con los lugares donde él se la pasaba. La incertidumbre, el miedo, la avaricia, una serie de emociones me acribillaban en el pecho, el vacío de la incierto me reptaba por las piernas que temblaban. ¿A qué putas están jugando estos mierdas? Pensé mientras me levantaba de la mesa.

Seguí a Remigio hasta un putero, tuve mucho cuidado de disfrazarme con una gorra de los yankees, una chumpa de gamuza y mocasines. No notó cuando me senté a tres mesas de la suya y pedí una corona. Lo vi hablar con unos chinos y pasarle un sobre manila en el que asumo iba dinero. Fueron así otras cuatro veces y ocho reportes donde describía las tiendas, los comerciales, las putas, los gringos, los negros, los indios y los chinos con los que cada quién hablaba. Mentía decorosamente para que no supieran que ambos eran un caso para mi, como dije, necesitaba la aventura.

Una tarde, con el hígado destruido me dirigí a mi oficina para sacar un pasaporte y corregir el informe de Arturo, llegué y la puerta estaba abierta, martilleo la pistola y abrí de una patada, todo estaba en su lugar. - Siéntese y guarde esa mierda antes de que lo plomee. - Era la voz de Arturo, sentado en el diván que había comprado para dormir en la oficina cuando me echaron de mi viejo cuarto. - ¿Cómo supo? - le pregunté antes de apuntar a la puerta del baño que se estaba abriendo, era Remigio que se secaba las manos con su pañuelo de viejo. - Tiene que comprar más papel. - me dijo mientras se sentaba en mi escritorio. - Hoy tengo que pasar al súper. - Gruñí. - - Sientese le dije - volvió a decir Arturo, me senté con la pistola en la mano. - Ha hecho un gran trabajo. - me dijo Remigio antes de encender un Malboro rojo, - ¡¿puedo saber a qué mierdas están jugando ustedes maricones?! - Grité y me acomodé en la pared. - Como le dijo mi socio, usted ha hecho un gran trabajo detective. Pasó la prueba y ahora estamos seguros de querer contratarlo. - No entendía nada, la cabeza me daba vueltas y la claustrofobia me daba nauseas, era como si estuviera cayendo en un vacío negro en interminable. - Queremos que se introduzca en un negocio, necesitamos información y lugares. - Dijo Remigio antes de encender otro cigarro con la colilla del anterior. - Le vamos a pagar bien, cinco cifras para que se cambie de este mugrero. - Debí haber disparado, debí haber verguiado a ambos y sacarlos a la calle para matarlos como gallinas de tamales, debí haber dicho que no.

Reporte preliminar:

la finca donde llevamos el furgón parece ser de un exmilitar. Entregamos la mercancía a unos árabes que nos dieron una camioneta del año. Dos de los compañeros mataron a los que entregaron el furgón.

Requiero armas y un pasaporte.

El informe final se entregará Lunes a la hora acordada.