domingo, 10 de agosto de 2014

Pulp

Se sostiene con la parte trasera de un carro mientras trata de aguantar la meada que le viene quemando la uretra desde hace unos minutos, escucha cómo el pequeño chorro interminable cae y hace ese sonido inconfundible cuando estalla contra una bolsa de plástico en el piso, deja que la cabeza flote despegada del cuello, que se bambolée mientras cree meditar. Ya está medio borracho, la sangre está mezclada con el alcohol y aún así cree que todavía puede seguir tomando. — Las latas de cerveza están llenas de alcohol y esas no están borrachas — escucha las carcajadas de sus amigos, el chorro ha cesado y ahora tiene problemas para abotonarse el pantalón; errante, tratando de no tropezar regresa a sentarse a la banqueta y destapa otra cerveza. ¡PSSST! 

La soledad y el vacío lo golpean furiosos, llenos de ira y sin piedad, los ojos acostumbradose a la penumbra, a las luces y la mujer que menea su carne en el escenario; imagina el peso y la velocidad que requiere un cuerpo para deslizarse por el tubo mientras sorbe la cerveza que se desliza en la negrura de su pecho y emborracha a esos deseos que lleva bajo la piel. No puede detener su mano que acaricia su entrepierna, acrecenta el bulto debajo del calzoncillo y llena de líquido el pantalón que usa todos lo viernes. Presa del entumecimiento, flotando a la deriva de sus pensamientos, mueve la cabeza de un lado a otro como diciendo que él no es esa masa amorfa que está desparramada en la silla, que sus nalgas no son esas que se deslizan en la imitación de cuero, que no es su oreja la que está siendo mordisqueada por la prostituta que tiene a la par. Una vez más la euforia lo desconecta de la razón y de la culpa, pide otra ronda de cervezas y con un exceso de romanticismo le dice a la muchacha que lo lleve al cuarto, que le quiere hacer el amor por todos lados mientras ella grita su nombre una y otra vez. 

La pantalla de la computadora se convierte en un objeto desconocido, abre un bloc de notas y comienza a teclear: «¿Qué pasaría si en la interminable pista fallan las turbinas del avión y todos se mueren calcinados? ¿Qué si en este preciso instante saco una pistola y me pegó un tiro en el cielo de la boca? ¿Qué si el cielo de mi boca es celeste y mi lengua una pista de aterrizaje? ¿Qué si en mi boca mueren calcinados aquellos que abordaron el avión en mis dientes? ¿Qué acaso es mi boca un cementerio.. — ¿Ya terminaste los informes? Tenemos una conferencia telefónica en 20 minutos — Piensa en los trabajos de la gente en el que el tiempo es inverosímil y no concuerda con la noción, donde el reloj no se diluye sino se detiene y suspende a las personas en en sentimiento miserable, en una cóctel de depresión, aburrimiento, cansancio y hastío. Cierra el bloc de notas y escribe: «Por lo tanto y con mucho pesar, la cuenta debe ser suspendida y debidamente se debe requerir un arraigo inmediato». 

La oscuridad de la noche se vulve infinita, la carretera se yergue como una figura terrorífica que lo aprisiona, sumergido en esa tranquilidad que solo el silencio puede dar pisa el acelerador, bebe un poco de cerveza y le sube volumen a la canción, trata de cantar mientras exhala el humo del cigarro que acaba de encender. Saca la mano y siente el calor de la costa acariciar suavemente su piel, «Here I am, stuck in the middle with you; here I am stuck in the middle with you» La soledad y la culpa lo han abandonado, ahora solo siente las ganas de acostarla a ella en la cama y decirle que la quiere, que la autodestrucción es parte de él y que no quiere dejar de acariciar su mano mientras observan las estrellas que a la vez observan la playa, las olas perfectas y los observan a ellos con ternura. Una sombra atraviesa los ojos y se impactan en el miedo, el chirrido de las llantas, un grito, una hermosa onomatopeya de la muerte que los toca levemente, la negrura de la carretera, una imagen que no se desprende del pecho acelerado de ambos. Ahora todo negro, negro el pavimento, negros los ojos, negro el miedo que transpiran esos cuerpos atolondrados, negro la embriaguez del conductor, negra la sombra que los hizo frenar. 

NEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONNEGROEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRO. Otra cerveza que se destapa. ¡PSSST! 

El choque de las latas vacías, las miradas cansadas de sus amigos, el tambaleo colectivo, él siente que no es suficiente, que la borrachez y las llamadas inoportunas no pueden acabar tan temprano, que aún existe noche para morir de otras maneras diferentes, otras que no sean el tedio de despertar en la misma cama sucia. Enciende el carro, algo le dice que no es buena idea pero nadie lo detiene, la bocinas vomitan música que lo hacen bailar mientras ve los semáforos convertirse en recuerdos inútiles; una linterna le dice en dónde parquear, siente las manos del guardia atravesarle hasta la vergüenza, no le importa troquelar la vida y el trabajo en un diminuto yugo de plástico, pide una ronda de cervezas y se sienta a observar su inminente destrucción. Él sabe que estar con dos mujeres a la vez no le calma el vacío, él sabe que acabar dos veces no desaparece la soledad, él sabe los gritos y el puñetazo que le dio a una de las putas por revisar su pantalón no aminoran la ira. Él sabe que cuando decida terminar la noche todas esas cosas seguirán allí, consumiendo su cuerpo y alimentando ese sentimiento miserable de odio hacia él mismo. «Baby, just watch me crash and burn.»

Por fin terminó el viernes, cierra su escritorio, cierra el correo electrónico, cierra su mirada y la dirige hacia la infinita gama de oportunidades que le duermen la caricia, que le apabullan el ser y le hierven las entrañas. Cierra su trabajo y decide olvidarse por días, horas, minutos, que no tienen a nadie y que debe callar sus lágrimas, que debe quejarse en silencio, soltar las amarras y darse a la deriva del deseo. Cierra. 

El teléfono repiquetea, la desesperación lo mastica y lo vomita, por fin escucha una voz soñolienta al otro lado de la línea, — Aló, ¿estás despierta? ¿Vámonos al puerto? Hace tu maleta y paso por vos en 20 minutos. — 13 minutos se tardó en comprar cervezas, echar gasolina, comprar cigarros, empacar una serie de cosas innecesarias para el puerto, orinar en la intérprete, saludar de un beso tierno a su novia y acelerar hacia la playa. Sé siente ridículo mientras paga el peaje y le pregunta a la empleada hacia dónde está el puerto; le tiende la mano, la besa mientras la radio pasa las canciones de una noche memorable. Allí, donde la soledad lo abandona, donde la palabra deja de existir porque se impregna en los cuerpos llenos de incertidumbre, allí tararea una canción que bien puede ser un blues. Enciende otro cigarro, destapa otra cerveza y le dice que la quiere mientras acaricia su pierna. 


NEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONNEGROEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRONEGRO.

Despierta porque el aire acondicionado está muy fuerte y le pega a los tuétanos, los saluda y les dice que el viento es el padre del frío y de los abrazos por necesidad; un beso, una caricia, sexo en la ducha y un hambre descomunal. Nada importa porque ya está instalado a cientos de kilómetros de su cama. Ve la hermosura de las imperfecciones y la vuelve a besar. Se acabó la cerveza pero entumecimiento y la euforia aún no acaban. Trata de levantarse, de controlar su cuerpo y llevarlo hasta el baño, todavía hay una cerveza. ¡PSSST! 

El sol esboza una caricia amarilla sobre la arena, las olas revientan contra la playa y él piensa en lo hermoso del recuerdo, que mañana o tal vez pasado mañana sólo tenga un deseo de morir. El carro tiene un abollon y el parabrisas estallado, testigo de una muerte desconocida, un cuerpo extraño, ingrávido que emitió un sonido espeluznante mientras impactaba con la carretera vacía. Pizó el acelerador y observó cómo una vida se extinguía en la oscuridad, de manera que ahora, carga con dos muertes; una muerte que guarda la certeza de ocurrir un día cualquiera, y la otra ajena, que es parte de él porque él la provocó, una muerte que no responde a la lógica sino al deseo de autodestrucción. Dos muertes, un cuerpo. Mañana es lunes y toca trabajar. 

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